En el mes de julio entró en el Parlament una petición popular para pedir que Catalunya sea declarada libre de transgénicos. En los próximos meses, el Parlament debatirá esta petición tras comprobar que cuenta con el número de firmas necesarias. Este tipo de declaraciones están previstas en las normativas vigentes en Europa y necesitan un fuerte apoyo por razones muy definidas. La petición llega en un momento en el que el futuro de las tecnologías aplicadas para la producción agrícola están en el centro de intensas discusiones en todo el mundo.

El cultivo de plantas modificadas genéticamente se está extendiendo en todo el mundo hasta sobrepasar este año los 100 millones de hectáreas. Se trata de grandes cultivos como la soja, el maíz, el algodón y la colza en superficies minoritarias de otras plantas como la papaya o el clavel. Las modificaciones genéticas que han sido introducidas van dirigidas sobre todo a hacer que las plantas resistan a plagas de insectos o que permitan la utilización de algún herbicida. En Europa solo se cultiva un maiz resistente a un insecto, el taladro, contra el que el maiz no presenta una resistencia natural.

LA INTRODUCCION de estas variedades se realiza en el marco de unas regulaciones definidas en todo el mundo desde finales de los años 80 y modificadas en Europa en el 2001 y 2003. Tratan de asegurar que las nuevas variedades de plantas no planteen ningún problema para la salud humana o animal o para el medioambiente distinto de las variedades no modificadas. Una planta modificada puede ser aprobada en Europa para ser cultivada o solo para ser importada. Una vez aprobada, esta puede ser comercializada en toda Europa. En este sentido, Catalunya está, hasta que no se decida lo contrario, en el marco del Estado español, de la Unión Europea y de la Organización Mundial del Comercio que impiden poner barreras al libre comercio de productos como las semillas, sus granos y sus derivados. En Europa, los productos derivados de las plantas modificadas genéticamente para consumo humano o animal deben ir etiquetadas con la correspondiente información.

¿Significa esto que un país no puede declarar que no quiere una de estas plantas? Las normativas europeas prevén que un país pueda declarar que no quiere comercializar alguna de estas plantas. Es lo que se llama una cláusula de salvaguardia que contempla que cuando un país piensa que alguna de estas plantas puede producirle un problema de salud o de medioambiente en su territorio puede pedir que se le permita prohibir la introducción en su casa. Esto significa que debe hacerse una demanda para una planta específica y que hay que aportar datos que demuestren que en el territorio en cuestión se dan unas características tales que si se introdujera una de estas plantas se produciría un perjuicio para la salud o el medioambiente.

Países como Austria, Hungría o Grecia han presentado demandas en este sentido, pero el examen de los datos aportados por parte del panel científico de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria encargado del tema aun no ha encontrado ningún caso en el que se demostrara que podría presentarse algún riesgo. Hay voces que piden una revisión del sistema, pero de momento no está en marcha.

Habría que definir también lo que quiere decirse con ausencia de transgénicos. Ya hemos dicho que hay que distinguir entre cultivo e importación. Si se propusiera no importar ningún grano o derivado de un producto transgénico, esto significaría detener la importación de maíz o soja, un componente esencial de los piensos con que se alimenta nuestro ganado y que vienen de países como Estados Unidos o Argentina, que son los mayores cultivadores de transgénicos del mundo. O también asegurar que el algodón con el que se fabrica gran cantidad de prendas de vestir no procede de plantas modificadas genéticamente.

Incluso el papel de nuestros euros lleva fibra de algodón que quizá procede de una planta transgénica. Para el cultivo, en nuestro país solo se utiliza un maíz que los agricultores deciden plantar porque sus semillas les permiten proteger sus cosechas del ataque del taladro. La experiencia ha demostrado que los agricultores saben decidir con prudencia cuándo y cómo utilizar estas nuevas semillas que les salvan de importantes pérdidas.

EN TODO el mundo se está produciendo un intenso debate sobre cómo responder a las demandas en la agricultura. Nos hallamos en un entorno complejo en el que la demanda de alimentos aumenta mientras nos preguntamos sobre los efectos ambientales de la agricultura intensiva y en no poder aumentar la superficie cultivada. Todo esto ocurre en medio de cambios climáticos, con el precio del petróleo afectando a la agricultura y en una economía globalizada en la que los alimentos pueden recorrer miles de kilómetros antes de llegar al consumidor. Desde el mismo momento del inicio de la agricultura, los agricultores han sabido incorporar las tecnologías que se desarrollaban para responder a las demandas de productos para nuestra alimentación, pero también para producir fibras, medicamentos, plantas ornamentales y también combustibles. Cómo queremos situarnos en este entorno tecnológico es una discusión compleja, el uso de plantas transgénicas es un buen síntoma.

*Centro de Investigación en Genética

CSIC-IRTA-UAB