Me pregunto a veces si lo que moverá al mundo no será más el miedo que el amor, en contra de ese famoso tópico que se hace tan recurrente cuando nos ponemos sensibleros.

Del dinero, permítanme por un día, prefiero no entrar en mayores valoraciones porque de eso ya saben los bancos más que todos nosotros, que somos los ciudadanos de a pie.

Lo ocurrido en Manchester, aparte de ser por encima de todo una absoluta barbarie, supone una nueva vuelta de tuerca en el ataque indiscriminado a personas de nuestra sociedad civilizada y occidental.

Hacen bien los representantes públicos en llamar a la calma y a la tranquilidad para no dejarnos vencer por el terror de unos pocos, dispuestos a todo por no sé qué razones que se escapan al intelecto humano. Escucho en estos días en la calle ese temor, como si de un acto reflejo se tratara tras cada atentado. Conversaciones en las que se habla de miedo a acudir a un concierto o a un espectáculo público donde la concentración de gente sea masiva.

Creo que vivimos en una sociedad libre, con sus virtudes y defectos, y confío firmemente en que la locura de unos cuantos no podrá ganar nunca la partida a la bondad y la fuerza de millones de personas que quieren vivir en paz.

El miedo es libre, claro que sí, pero se convierte en un arma muy poderosa cuando se utiliza contra la mayoría como manera para restringir sus derechos y libertades. No hace falta que les recuerde que los peores momentos de la historia fueron aquellos en los que las sociedades vivieron atemorizadas por dictaduras y regímenes totalitarios. Su única forma de controlar al hombre fue ese miedo, el mismo o parecido que nos transmiten las televisiones a la hora de comer. No dejemos que pueda con nosotros porque entonces sí que nos habrán vencido.