Recuerdo un tema desgarrador de The Beatles, compuesto por George Harrison llamado 'While my guitar gently weeps' que puede traducirse como Mientras mi guitarra llora . Eso es lo que siento tras el adiós de B. B. King , el gran intérprete de blues, que siempre estaba risueño a pesar de que el blues, tanto en tonos mayores como menores, siempre tiene un halo de tristeza. A sus 89 años puede presumir de una vida plena a pesar de una infancia en la pobreza, recogiendo algodón, con la música en la iglesia como escape a una realidad miserable. Se calcula que ha dado 15.000 conciertos, los primeros en chabolas, después llegó a tocar hasta en la Casablanca. Su éxito --aparte de su virtuosismo con la guitarra-- se debe a la fusión entre la música rural profunda con el blues, más urbanita y con un lenguaje musical más universal. Fue el primer músico de color que tocó en Las Vegas. Tenía una diabetes con la que luchaba desde hacía veinte años. Con Raimundo Amador demostró su capacidad de fusión con el flamenco. Además, gracias a él supimos que las guitarras de los grandes intérpretes tienen nombre. La suya, Lucille , de la marca Gibson, debe su nombre la mujer por la que dos hombres pelearon durante uno de sus recitales. Se casó dos veces. Los hijos que se le atribuyen son 15 --igual que su número de premios Grammy-- y unos 60 nietos. Su herencia musical es universal. Parece mentira que unas armonías de entre tres y cinco acordes hayan dado para tanto. Refrán: No quiere música Roque, ni hay tampoco quien la toque.