Tomando un poco de distancia podría considerarse un milagro el funcionamiento de la democracia en España. Veamos: el PP hace una descalificación universal de las instituciones, considera que el PSOE en el poder ha creado un Estado policial sin garantías y que las escuchas y la persecución a su partido son consecuencia de una conspiración de jueces, fiscales y policías. No demuestra nada, no denuncia judicialmente nada y amenaza con los tribunales europeos. Su desprecio por el Estado de derecho coincide, en el otro polo magnético de la democracia, con la denuncia sistemática de ETA y Batasuna del Estado español como "un Estado policial". Las denuncias del PP alimentan la descalificación de los radicales.

Sigamos: Esquerra Republicana no está dispuesta a tolerar que se toque una coma de un estatuto para el que pidió el voto en contra: ahora es su máxima defensora y amenaza al Tribunal Constitucional. Suponiendo que sea generalmente aceptado que esta institución es la máxima y definitiva intérprete de la Constitución, ¿se puede entender que se la intimide en función del dictamen que realice y que se anuncie de antemano que si este no es satisfactorio sencillamente no se acatará?

José Montilla , representante ordinario del Estado en Cataluña, además de presidente de la Generalitat, también advierte a su propio partido de las consecuencias de una sentencia determinada, lo que no tiene otra interpretación posible que su convicción de que el tribunal podría cambiar su resolución en función de las admoniciones y las advertencias que recibe. Hubo un tiempo en que no respetar la Constitución y su interpretación era motivo suficiente para situarse fuera del sistema. Ha llovido mucho desde las sentencias sobre la LOAPA y sobre la privatización de Rumasa. Pero las cosas no han cambiado: tenemos una clase política que ni siquiera se pone de acuerdo en las reglas del juego. Todo en la vida necesita de unas reglas indiscutibles y aceptadas por todos. Mucho más la vida democrática. Pero en España es posible ser representante institucional y no creer en las instituciones.