En política vale casi todo con tal de derrumbar al adversario. Si además estamos en campaña electoral, todo se magnifica, aunque resulta obvio que algunas difamaciones lanzadas en plena euforia mitinera se caen por su propio peso e incluso provocan el efecto contrario, por eso de la coherencia política y de predicar con el ejemplo. Esta semana el principal partido de la oposición del gobierno de España ha pretendido con el asunto del avión sacar tajada política y de paso polemizar acerca del uso de medios de transporte por altos cargos. La cuestión --a mi modo de ver-- no es que se usen o no se usen, que al fin y al cabo es un tema que puede regularse convenientemente mediante algún tipo de normativa parlamentaria. En mi opinión lo más sorprendente es que se ponga sobre la mesa este asunto que según parece resulta ser un denominador común entre los diferentes gobiernos, de cualquier signo. Es decir, con carácter general los altos cargos de cualquier gobierno utilizan los medios públicos a su disposición, fundamentalmente por cuestiones de seguridad y porque es algo que, nos guste o no nos guste, va con el cargo. No se puede entender, que un presidente de un gobierno lo sea de ocho a tres, sino más bien las veinticuatro horas, sin diferenciar entre su vida pública o su vida privada, pues independientemente de la actividad que realice, siempre tiene que llevar escoltas e imagino que en ocasiones no será nada agradable.

Llama poderosamente la atención que desde el principal partido de la oposición se ponga en evidencia este tipo de acciones, normales y necesarias, cuando uno de sus dirigentes sufrió en carnes propias un atentado terrorista del cual salió precisamente ileso, entre otras cosas por el coche oficial, sin que nadie le preguntase si iba o venía de su despacho en la Moncloa o por el contrario iba a hacer la compra o a la peluquería. Seamos un poco más serios y dediquémonos a hablar de las soluciones a los problemas de los ciudadanos y dejémonos de tantas milongas.