Existe la verdad… y ¡la verdad!». Sólo los muy fanáticos de Los Simpsons podrán identificar esta cita del personaje de Lionel Hutz en la que relativize la verdad, según el prisma desde el que se mire.

El Partido Popular ha presentado esta semana una Proposición no de Ley para «garantizar la veracidad de las informaciones que circulan por la red y evitar injerencias que puedan poner en peligro la estabilidad institucional», declaraba Rafael Hernando, portavoz del partido en el Congreso.

«La estabilidad institucional», qué concepto más etéreo. Que la amenaza prioritaria sean las noticias falsas, las llamadas fake news, no la corrupción, el desempleo, las desigualdades sociales o el propio inmovilismo institucional que, en parte, ha empujado a buena parte de la población catalana al maná del independentismo es cuanto menos llamativo.

Las fake news, la ‘posverdad’, los hechos alternativos, son todos eufemismos para hablar básicamente de mentiras. Una nueva forma de propaganda que se extiende con peligrosa rapidez a través de la red.

Un pequeño pero clave detalle, que quizás se le haya escapado al Gobierno, es que el arma más poderosa para hacerles frente es la de tener una ciudadanía formada y crítica. Algo que se consigue principalmente a través de la educación, esa que viene siendo vejada desde hace años y a la que tan fácil resulta meter la tijera.

Hernando hablaba de «la desestabilización de las democracias occidentales, sirviéndose del carácter global que puede alcanzar la circulación de contenidos falsos o manipulados». ¡Que vienen los rusos! Lo cierto es que diferentes estudios afirman que esta nueva forma de propaganda tiene menos efecto del que creemos y se advierte del peligro de que el pánico generado sirva de excusa para un mayor control gubernamental.

Cierto es que la política de ciberseguridad es prioritaria para los Estados y que la batalla en la red no debe ser descuidada, pero cuando se observa lo bien que cuida de nuestros medios públicos el Gobierno, una tiene la sensación de que van a poner al zorro a cuidar de las gallinas.

Más que protegidos por las propuestas que se quieren impulsar, existe el temor a un Ministerio de la Verdad orwelliano. Y esa desconfianza, esa sí, es el verdadero peligro institucional.