Escritor

La ministra de Cultura, en su camino a Badajoz, dialogaba de esta guisa con su secretaria:

--Hay que ver los riesgos que se corren siendo ministro, o ministra, y más si vas a Badajoz, del que no se sabe nada en el partido. ¿O nos ha mandado algún mensaje Arenas?

--Llamó ayer su jefe de prensa, Cubedo.

--¿Y qué nos dice? --preguntó la ministra.

--Que no habrá problemas en la inauguración. Que los intelectuales han sido muy escogidos. Y que el intelectual de mayor peso es el propio alcalde Miguel Celdrán.

--Así da gusto ir a los sitios, sabiendo que el intelectual es el alcalde de tu propio partido.

Y la llegada fue espectacular. De inmediato el alcalde entregó las llaves de la ciudad a la ministra:

--Bienvenida seáis señora doña Dulcinea a la gloriosa ciudad de Badajoz, prez y gloria de Ibd Marwan.

No terminó de decir la frase y ya se les estaba tirando en plan tigre el concejal Sosa, esgrimiendo un periódico rojo con un niño sin brazos. La ministra se quedó lívida.

--Menos mal que como éste sólo tenemos dos concejales.--le apostilló Celdrán.

E inmediatamente hubo un gran besamanos, con las concejalas a la última de chapa y pintura, y Cristina del Amor Hermoso vestida a la usanza india y Monago Terraza de gala que se le tiró en plan pantera bombero.

--Somos unos ciudadanos muy cariñosos.--aseguró el alcalde, mientras la ministra se deshacía de Monago.

Algo muy curioso, que salvo veinte elegidos, todos los demás llegaron tarde, incluidos los de no a la guerra . Los intelectuales se deshacían entre tanto en grandes elogios a la guerra. Sólo algún pero, por los escasos efectivos enviados. Martín Tamayo hizo alguna crítica a Aznar en este sentido:

--Las cosas hay que hacerlas mejor --aseguró.

--Y ahora, señora ministra, le voy a presentar a nuestro intelectual oficial, que ha encontrado cincuenta y una razones para hacer la guerra. Aznar lo ha felicitado, con motorista y todo.

--Todo muy didáctico --terminó diciendo doña Pilar.