La situación del ministro de Justicia es ya insostenible y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, debería tener la suficiente lucidez para darse cuenta. El episodio de la cacería de Jaén, unido a la incapacidad manifiesta de Mariano Fernández Bermejo para abordar la reforma de la justicia, solo puede desgastar a un Gobierno que debería concentrarse en luchar contra la crisis.

Al participar en una cacería junto al juez Baltasar Garzón y al jefe de la policía judicial, Juan Antonio González, Mariano Fernández Bermejo cometió un error gravísimo porque su presencia en actividades cinegéticas en las fincas de Andújar y Torres (Jaén) daba pie a la teoría de que existe una estrecha relación entre un ministro del Gobierno, el juez que instruye un caso de corrupción que afecta al principal partido de la oposición y el responsable policial de las investigaciones. El titular de Justicia dejaba así un enorme flanco a quienes a diario abonan la tesis de que en España no existe una verdadera división de poderes y que es el Ejecutivo el que instrumentaliza a los jueces.

Eso sería suficiente motivo para que el ministro presentara sin más dilación su renuncia o para que el presidente le destituya. Pero hay más. En el terreno de la estética --muy importante, pese a quienes solo quieren ver los comportamientos humanos de los dirigentes políticos como meras anécdotas--, que el ministro participe en una cacería que cuesta mil euros diarios --en Torres fue invitado, pero en Andújar pagó-- demuestra una total falta de sensibilidad ante una ciudadanía angustiada por la crisis y que confía mayoritariamente en medidas de corte socialdemócrata para remontarla. La imagen de Fernández Bermejo abatiendo venados a precio de oro desde un puesto que le concede todas las ventajas sobre el animal, es la metáfora del político que vive de espaldas a una realidad sangrante.

Se ha dicho que el presidente no puede destituir al ministro de Justicia en un momento en el que este mantiene un duro pulso con los jueces, muchos de los cuales protagonizaron una tan histórica como dudosamente constitucional huelga el pasado martes. La caída del ministro sería como entregar su cabeza a los jueces, dicen estas voces. Otro error. Porque, cacerías aparte, Fernández Bermejo ha mostrado una absoluta falta de tacto para avanzar en la reforma de la justicia, una operación de Estado que requiere políticos discretos, dialogantes y apartados de la primera línea de combate con la oposición. Un buen ejemplo podría ser Narcís Serra cuando abordó la reforma militar de los primeros 80. Los ministros deben saber en qué provincia cazan, pero sobre todo deben actuar con una altura de miras de la que Fernández Bermejo carece pese a ser jaleado vergonzosamente por su grupo con gritos de "torero, torero".