El optimismo del ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, al final de su estancia en Damasco no se corresponde con la realidad que se vive en Gaza: la operación por tierra del Ejército israelí ha llegado hasta el centro de la capital de la franja y la degradación de las condiciones de vida para la población civil empeoran a cada hora que pasa. Seguramente, las gestiones que ha emprendido en Egipto, Siria e Israel le obligan a dar una oportunidad a la esperanza, pero la tozudez de los hechos es tan pesada que obliga a la prudencia al espíritu más positivo. De momento, tanto en el campo israelí como en el de la dirección de Hamás se sigue imponiendo la opinión de los duros e intransigentes.

Moratinos es un diplomático bregado en el laberinto palestino-israelí --fue enviado especial de la Unión Europea en la zona y su labor allí le confirió un currículum que le catapultó hacia la cartera de la diplomacia de los sucesivos gobiernos de Zapatero--, pero el conflicto reúne todos los ingredientes para exceder a la capacidad de mediación política y de persuasión del Gobierno español. Si la implicación del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y de la presidencia de turno de la UE no ha podido ir más allá de las buenas palabras, la gestión de Moratinos difícilmente puede aspirar a mucho más por mucha voluntad que le ponga. No solo por el encono de los adversarios, sino por la determinación del Estado Mayor israelí, que hasta la fecha impone su voluntad a los partidarios de detener la degollina.

Ante esta situación, la intervención europea en el conflicto está teniendo lugar en orden disperso, con varias iniciativas puestas en marcha de forma descoordinada, lo cual no lleva a otro lugar que a disminuir la efectividad de esta especia de ´ballet diplomático´, a debilitar el estatus internacional de la UE y a complicar la viabilidad de la mediación egipcia en la crisis. Porque los países europeos comparten la idea de que el camino egipcio es el menos aventurado para detener los combates, pero no todos están de acuerdo en cómo lograr que Israel acepte la buena voluntad de los Veintisiete sin las reservas mentales acostumbradas ante todo lo que venga de Europa.

Es este un problema añadido a las conversaciones de Moratinos en Oriente Próximo: la desconfianza cerval del Gobierno de Israel a toda iniciativa apadrinada por el Viejo Continente. Multiplicada, además, por las declaraciones de Rodríguez Zapatero, el apoyo en la calle de la causa palestina y la sensación en la opinión pública israelí de que España, más que formar en el frente por la paz, se amolda a la estrategia árabe. Se trata, sin duda, de una interpretación desviada de los hechos o fruto de la manipulación, pero difícil de contrarrestar por más garantías que dé nuestro Gobierno en busca de la paz.