Nos debe asombrar que a nuestros políticos les entusiamen las series? Entiendo que no. Que si aspiramos/presumimos (o mejor aún aspiran/presumen) a que compartan la tan sacralizada «normalidad», el hecho de que sus gustos sean comunes al resto de la sociedad y se sumen a la duradera moda de las series, tiene sentido.

En fin. Aclaremos: tampoco es igual el político que da la matraca con Juego de Tronos, pretendiendo ver en las intrigas palaciegas y los paseos de los dragones rampantes un remedo de los campos políticos actuales, como un astuto estratega que descifra un simbolismo oculto que nadie más ha visto (en un fenómeno global), que te atraiga, por ejemplo, la magnífica serie italiana 1993. Asustaría más un político que se confesara admirador del mefistofélico Underwood de House of Cards (interpretado por el otrora admirado Kevin Spacey), que el que disfruta con la calma y la realidad sabiamente guionizada de la danesa Borgen. ¡Ah, Dinamarca! Ese valhalla de nuestros políticos, la tierra prometida, aunque en sus poco informados oídos suene más a la ínsula Barataria que a la actual península de Jutlandia.

Porque alguien --acertadamente-- ha visto en la propuesta lanzada por Iceta, líder del PSC, para un gobierno de concentración de los constitucionalistas, una opción Borgen. Para los no iniciados en la serie, primero un consejo: es una deliciosa pequeña joya televisiva. Segundo, su trama se origina en que la protagonista, líder de un partido moderado pero solamente la tercera opción más votada en el parlamento danés (el edificio es conocido como Borgen, El Castillo), se aúpa a la presidencia como una figura de consenso y para evitar un bloqueo institucional en una arriesgada pero sagaz jugada política.

Y esa ha sido la propuesta lanzada por Iceta a Ciudadanos y Partido Popular. Ser la figura de consenso, como cabeza del socialismo catalán, pese a ser (previsiblemente) la tercera fuerza que saldrá de los resultados de las elecciones autonómicas (también conocidas como por otros nombres, en función de lo «unilateral» que se levante el día) del 21-D. Obtener la cabeza de un gobierno pactado e incluso en minoría, para servir de vía de enlace entre fuerzas enfrentadas y sin aparente capacidad de conexión.

Ahora que los tiempos marcan, en muchos casos, que la imagen aplaste rotundamente al discurso, Iceta es sospechoso. En los distintos perfiles que de él se hacen siempre se destacan las mismas superficialidades: sus bailoteos, sus gafas o su condición sexual (sí, en 2017, también). Un poco al estilo de lo que arrastra -indeseadamente-- su rival Arrimadas. Pero Iceta se ha mostrado siempre como un político inteligente, templado, pero capaz de mostrar firmes apoyos y, sobre todo, de matizar sin desdecirse (un arte).

Por eso, ha armado su propuesta de una forma curiosa pero eficaz: sí, él sería president, pero contando con un conseller en cap «capaz de gestionar el día a día», ya que a él se le «verá más por Madrid, las capitales europeas y Pekín de vez en cuando». Es decir, cedo el poder efectivo y me sacrifico como una figura más representativa que ejecutiva y velo por la parte institucional y relacional con nuestros «socios» estratégicos. Es difícil no ver, si no sentido a la propuesta, mérito en la idea.

Pero, al mismo tiempo, es todo un aviso a navegantes y una clarísima señal de dónde se ve a sí mismo el socialismo en Cataluña. La izquierda sigue teniendo una identificación catalanista (¿de veras un presidente «realmente» autonómico mantiene una agenda propia de un jefe de Estado? ¿Imaginan a Vara pidiendo audiencia a Trump o Merkel, desatendiendo el día a día de la gestión autonómica?).

El otro problema es que mientras con un brazo arma esta propuesta, con el otro prepara un «revival» del tripartito con las mismas condiciones, pero distintos compañeros de viaje. Principalmente ERC, con Junqueras aún al frente. No sólo será difícil en Cataluña que se entiende esta jugada de «doble agente» sino que en su propio partido ya se alzan rumores y voces contra esta intrincada red de posibles alianzas.

Porque lo que se atisba, más allá de un deseo de diálogo, es el deseo de recuperar cuotas de poder. Y bajo la falsa premisa de Mariano como representación del Estado, lo cual es --siendo generosos-- confundir mucho la parte con el todo. Al final, es que Dinamarca queda lejos.