TLtos aeropuertos me dan pánico. Especialmente el momento del control de pasajeros. Recuerdo un viaje a París para cubrir el Salón Internacional de la Alimentación. No paraba de pitar por todos lados en el arco de seguridad. Cometí la torpeza de llevar encima la grabadora y otros 'trastos de matar' de los periodistas. Me cachearon y me hicieron descalzarme. Además tengo la sospecha de que mi rostro se debe parecer a algún terrorista internacional porque este verano yendo a Turquía me hicieron un 'control especial aleatorio' en el que me obligaron a desmontar la cámara de fotos, entre otras cosas. Ahora con lo que está pasando en el mundo no quiero ni pensar el tercer grado al que me someterían. En julio a mi mujer camino de Grecia se le olvidó una crema en el equipaje de mano y tuvo que dejarla en el aeropuerto. Era de esas que tienes que pedir un crédito para pagarla. Lo curioso es que una vez que has pasado el control entras en una zona llena de tiendas donde se puede comprar de todo a precios de locura, desorbitados. Me parece que en esto también hay mucho negocio por detrás.

Mucho más divertido es lo que le pasó a Zhao , una pasajera china de 40 años que en el aeropuerto de Pekín no dudó en beberse una botella entera de coñac en vez de dejarla en tierra. Y tenía sus motivos. Era un Rémy Martín de casi 200 euros. La borrachera que cogió fue tal que no pudo embarcar y tuvo que dormir la cogorza en un cuarto de descanso al que la llevaron los policías. Lo cierto es que no se mantenía en pie. Todos deberíamos hacer lo mismo que Zhao. Los aeropuertos serían más divertidos. Refrán: Con pan y vino se anda el camino.