XTxengo un vecindario que parece culo de mal asiento. Cada dos por tres me encuentro un camión de mudanzas con plataforma de sube y baja a la puerta del edificio de al lado: alguien ha mejorado fortuna y se cambia. Uno pierde esa maravillosa oportunidad del saludo cotidiano que le hace sentirse parte de este mundo pero, vaya con Dios, si es para bien, que sea por muchos años. Y debe de serlo, porque ninguno ha vuelto.

Al principio, los sustitutos, como en mi comunidad, han sido estudiantes. Son ruidosos, pintan o rayan el ascensor, se cargan los interruptores de la luz y, los jueves o los viernes, a veces los dos días, hacen unas fiestas que parecen el fin del mundo. Eso sí, puro alcohol, música hortera a tope y mucho portazo. Ni un gemido, ni un grito liberador, ni un solo gesto que insinúe que alguien, por fin, ha sido iniciado en el maravilloso mundo del amor carnal. Un poco deprimente, la verdad. En mi época, los universitarios estábamos mucho más ansiosos de saber. Ahora, con esto de prolongarles la infancia hasta la eternidad y meterles el miedo, sólo el miedo, al sida, me parece que estamos ante una tribu de grandes masturbadores, vírgenes sin remedio hasta el segundo máster. Ni en el Seminario se daba esta castidad, que lo sé yo.

Desde hace unos meses, el vecindario se está volviendo variopinto. Lo mismo te encuentras una pareja de africanos subsaharianos (hay que ver las vueltas que hay que darle a la lengua para no decir negros : a mi no me ofende que nos llamen españoles en cualquier lugar de Europa en cuanto nos ven), que una familia de centroamericanos con rasgos precolombinos (o sea, indios: quechuas, incas o mayas, qué más da). Tres o cuatro italianas y alguna francesa, jovencísimas ellas, guapísimas ellas, haciendo un Erasmus, acaban de alegrar el panorama. A falta de pan, es decir, de una universidad presente, discente y potente en la ciudad, buenas son tortas, en este caso belleza y vida.

Lo que me extraña es que haya inmigrantes en Cáceres ¡con trabajo!. En el campo sí, dependiendo de las campañas, y ahí está Talayuela, ejemplo de integración. Pero en Cáceres capital... ¿Nos hemos industrializado ya? ¿Están haciendo cola para alguno de los miles de puestos de trabajo del refino? No, eso es más abajo. ¿Son fábricas lo que se está construyendo en las nuevas Lejostillas ? ¿De qué se quejan mis antiguos alumnos, ahora licenciados en paro?

La historia, no por mil veces repetida, parece servir para nada. En los 70 fui, emigrante de lujo, profesor en Francia. Quienes, aprovechando mi estancia, osaron pisar suelo francés (ancestral enemigo de España, según la propaganda oficial), notaban en seguida que los peores trabajos, los que nadie quería, eran siempre realizados por negros o moros (perdón por la aclaración políticamente correcta: moros son los pobres; árabes, los ricos). Mis vecinos andan por ese mismo camino. O peor aún, porque en los primeros años 70 a ningún empresario se le ocurría hablar de contratos basura.

En cualquier caso, bienvenidos sean y si con un trabajo digno, mejor. Aunque mucho me temo que estarían mucho más contentos si, en lugar de darles trabajo aquí, los nuevos ricos del mundo ayudáramos a crecer a sus países de modo que no tuvieran que abandonarlos. ¿O alguien se ha creído que un emigrante tiene malditas las ganas de dejar su familia, sus amigos y su barrio enquistados en la memoria hasta que pueda volver? Pregunten en cualquier pueblo extremeño, a ver cuántos se quedaron en Alemania, Francia u Holanda en cuanto vieron la oportunidad de regresar.

*Profesor