Las cifras son de escándalo. Al año, 11.000 niños mueren a consecuencia de desnutrición o mala alimentación. El 11% de la población infantil padece malnutrición crónica y el 75% de este segmento de población vive en la pobreza. No se trata de ningún país africano, contra lo que pudiera sobreentenderse, sino de Argentina, país que en otros tiempos fue un rico granero y el primer productor mundial de vacuno. Y donde, sin ir tan lejos, en los años 70, sólo el 5% de su población vivía en la pobreza.

A este hundimiento económico se suma ahora la política de alto riesgo del presidente Duhalde en relación con los organismos internacionales. En un intento de presionar al Fondo Monetario Internacional (FMI) para conseguir un acuerdo, Argentina ha suspendido los pagos que vencían de la deuda contraída con el Banco Mundial. El FMI no ha aceptado la presión y reclama al Gobierno argentino que asuma sus consecuencias. Hay quienes consideran que, dada la situación, difícilmente el impago de los préstamos empeorará las cosas en el país. Lo cierto es que Argentina está en un callejón sin salida del que sólo escapan los pocos que pueden salir del país. Y la mayoría de la población configura día a día un polvorín.