Si en los mítines la gran mayoría de asistentes son de la misma ideología del partido que los organiza; si esos asistentes sólo acuden para aplaudir lo que ya saben que van a oír; si ya se sabe de antemano la intención del voto de quienes a esos actos acuden, ¿para qué sirven los mítines? ¿Para hacer propuestas? En parte sí, pero eso es secundario.

Los mítines se hacen, sobre todo, para poner a caldo al adversario político. Pero teniendo en cuenta el pastón que deben costar, ¿es necesario montar un mitin para poner de vuelta y media a alguien?

Para eso bastaría con convocar a la prensa sin opción a preguntar y empezar a largar pestes contra el adversario. Aunque, reconozcámoslo, sin aplausos y arengas no tendría la misma gracia.

No obstante, si tendrían mucho interés los mítines si, una vez organizados y planificados y sin que los asistentes lo supieran, se intercambiaran los políticos encargados de dar dichos mítines, es decir, a los políticos del Partido Popular obligarles a dar el mitin al público asistente del Partido Socialista, y viceversa. Eso sí que sería divertido.

Pero, no se preocupen, esa satisfacción no nos la darán nunca. ¿Saben por qué? Porque, si no pueden meterse con el adversario, se quedan sin argumentos.

Bromas aparte, no pierdo la esperanza de que algún día se le ocurra a algún partido político hacer una campaña electoral en positivo, es decir, haciendo propuestas inteligentes a los ciudadanos y sin arremeter contra el adversario.

Pedro Serrano Martínez **

Correo electrónico