Alguien me decía hace poco que ya no hay ideologías. No me daba argumentos de peso, por tanto el comentario no merecía respeto intelectual, y más cuando hay ocho personas que acumulan más capital que el 50% de la población mundial. Pensar que esos ocho tienen la misma ideología que quienes no saben cómo van a poder comer al día siguiente es no tener la menor idea de cómo funciona la sociedad y por tanto la política. También supone un escaso conocimiento del ser humano.

Sin embargo, esa frase, «ya no hay ideologías», está de moda. Las modas también afectan a la política, y más en una sociedad completamente estructurada por la esencia del neoliberalismo, que es convertir a los ciudadanos en consumidores. Ya casi nadie piensa, solo consume; no procesamos información, sino que la fagocitamos compulsivamente y la desechamos rápido para poder consumir otra nueva, más fresca. Es el contexto perfecto para la instauración de modas que se van tan rápido como llegan.

De hecho, durante décadas estuvieron de moda los partidos llamados «atrapalotodo» que buscaban votantes desde el extremo de un eje ideológico hasta el centro, sobre eso se construyó el bipartidismo en la mayoría de los países europeos. Esa moda pasó y ahora ha llegado a Europa la de los gobiernos de coalición (España siempre llega tarde a casi todo), donde a veces participan hasta seis o siete partidos de ideologías fuertes en los gabinetes gubernamentales. Fíjense si cambian las modas.

En España estuvo de moda Podemos durante un par de años, era tendencia y casi todo el mundo, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, quería apuntarse al carro. Eso ya pasó y las encuestas le dan una pérdida electoral que le dejaría en el voto que tenía IU antes de Podemos. Ahora la tendencia es Ciudadanos, otro partido al que de repente se quieren apuntar ultraderechistas y socialdemócratas; bueno, era tendencia, parece no haber durado mucho más de un año, desde principios de junio están de capa caída.

Los medios de comunicación, en función de los intereses de sus dueños, que a su vez están conectados con las grandes centrales del poder económico mundial, deciden lo que debemos votar en cada momento y, salvo traumas emocionales profundos, solemos caer en sus estrategias de dominación política. El neoliberalismo hace tiempo que nos dice lo que tenemos que comer, lo que tenemos que vestir o en qué debemos emplear nuestro tiempo de ocio (esto ya lo vaticinó en 1968 Guy Debord en ‘La sociedad del espectáculo’), y ahora ha decidido a quién tenemos que votar.

Por tanto, sí, claro que hay modas. Modas que pasan cada vez más rápido. Sin embargo, tanto en los años ochenta cuando se puso de moda la socialdemocracia light, como en los noventa cuando se puso de moda la tercera vía, en los dos mil cuando se comenzó a imponer la tecnocracia o el reciente efecto fan por la democracia directa, lo cierto es que en todas y cada una de esas épocas siempre ha habido un puñado de hombres que han detentado más de la mitad del capital mundial, con la influencia que eso tiene en nuestras vidas.

Es decir, que estas modas no cambian nada sustancial. Si Marx levantara la cabeza se abochornaría de ver en qué se ha convertido la lucha por la sociedad igualitaria a la que dedicó su vida y, como él, millones de personas en el mundo. Es absolutamente vergonzoso que a medida que crece el capital mundial total, se vaya acumulando cada vez en menos manos. Esta debería ser la preocupación fundamental de cualquier ser humano bien nacido, y muy especialmente de la izquierda política.

Pero para eso primero debemos entender no solo que sigue habiendo ideologías —quizá más que nunca—, sino que las ideologías no pueden ser modas ni un producto de consumo más de usar y tirar. Las ideologías se han ido definiendo por decantación a lo largo de los siglos y, tal como ya he escrito en otros artículos, la nueva política no puede ser un conjunto de marketing y eslóganes, sino que debe estar basada en el conocimiento de la historia y en un proceso intelectual de conocimiento. Todo lo demás es una trampa mortal para la izquierda y, por tanto, para los seres humanos que han tenido la mala suerte de nacer desfavorecidos, es decir, el 95% de los que existen.

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