WEwl conflicto por el contrato del primer empleo (CPE) evidencia la crisis social, política y económica del llamado modelo francés. El país se ve sacudido regularmente por olas de protesta que cuestionan la política oficial, se llevan por delante planes de reforma o ministros, generan explosiones de violencia que nadie parece entender de dónde salen y eternizan el debate introspectivo que tanto complace a los franceses. El CPE es poco aceptable para los jóvenes, y además fue planteado por el Gobierno como un pulso. La reacción que ha suscitado refleja hartazgo ante los desequilibrios mas profundos.

Francia también acusa una crisis de representatividad. La estructura institucional, en la que el presidente (en estos momentos un desgastado Chirac) gobierna mucho y puede usar en cualquier momento como fusible al primer ministro, recorta el peso real del Gobierno.

Ahora, todas las figuras de la política viven más pendientes de lo que harán en las elecciones presidenciales del 2007 que de afrontar los problemas que encallan la vida de los ciudadanos. Derecha e izquierda han perdido mucha credibilidad, y predomina la sensación de que Francia, oficialmente el país de la igualdad, no sabe encarar su fractura social y generacional.