Escritor

Se suele abusar del concepto histórico para definir cualquier momento que suponemos trascendente por una o varias razones. Cada poco salta este término y no pocas veces para cosas intrascendentes o que tienen interés no ya para el bien general (acuñación desprestigiada donde las haya en estos tiempos ultraliberales de abandono sangrante de lo público) sino para el muy particular de la política que toca. Uno se teme, sin embargo, que el que vive Plasencia sí lo es. No creo que se deba a esas casualidades de los fines de siglo y los principios de milenio, al fin y al cabo el momento histórico es en realidad una suma de momentos y se fragua poco a poco, eso sí, en un breve periodo de tiempo. ¿En un lustro? ¿En una década? No lo sé. ¿En que me baso para pensar así? No sólo en el cambio de partido político al frente del ayuntamiento, aunque ésa no sea, ni mucho menos, una cuestión baladí. Uno, que lleva observando este fenómeno desde hace años, no tuvo otra ocurrencia que dedicarle al asunto una novela (esa especie de cajón de sastre de la literatura postmoderna) y más de doscientas páginas no se pueden resumir en una de estas columnas. Daba a entender allí, entre otras cosas, que Plasencia había decidido, sin tener una idea precisa y colectiva de ciudad, cambiar el centro por Céntrica, la urbanización que se sitúa justo al lado del nuevo emblema placentino por excelencia: el Carrefour. Los placentinos, en vez de pasear bajo los fríos o tórridos soportales de la plaza Mayor, prefieren hacerlo ahora por los pasillos climatizados del centro comercial.

Bromas aparte, descentralizaciones al margen, de lo que estoy casi seguro es de que estamos camino de lograr una (siquiera precaria) idea de ciudad , gracias, entre otros, al heroico esfuerzo del colectivo ciudadano MSU (Movimiento Social por la Universidad). La sociedad civil por él representada vuelve a tomar la iniciativa, como es justo y necesario que sea, e insta a los partidos políticos a apoyar sus planteamientos, fruto de años y años de reflexión.

Dos son, a mi modo de ver, los ramales fundamentales de ese proyecto. Uno interno: la ciudad que decide saltar de una vez el río para convertirlo en la calle mayor de su progreso. Así esta ajada dama antigua podrá decir, con permiso de Heráclito, que una ciudad no se baña dos veces en el mismo río. Exterior el otro: la ciudad que regresa al mundo, a costa de derribar sus murallas mentales al tiempo que reconstruye (no sin polémica) las reales, a través de las autovías y, con un poco de suerte, del AVE. Las jornadas celebradas el pasado jueves en Plasencia son, en este sentido, un hito en el largo camino de transformaciones que le esperan a la ciudad. Uno dijo allí que quisiera que la nueva Plasencia, la del siglo XXI, la de mis hijos, fuera una ciudad más salmantina que cacereña (y no hablaba de conceptos geográficos), más lenta (al modo italiano) que rápida, menos especulativa y destructora que razonable y conservadora en lo único que importa serlo; más habitable, en suma. Las cosas, no lo duden, se están empezando a hacer de otro modo. Con la ley por delante, que no es poco. Por eso me ratifico en lo de que estamos ante un momento histórico. A pesar de mi pesimismo, empiezo a percibir cierta esperanza.

¿Será capaz la ciudadanía en su conjunto de darse cuenta de que necesitamos aprovechar la ocasión para dar el paso sin pérdidas de tiempo, juntos y al unísono?