La disposición de España a acoger presos de Guantánamo --si las condiciones jurídicas son aceptables-- expresada ayer por el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, a la secretario de Estado de EEUU, Hillary Clinton, no pasa de ser un síntoma más del cambio que empieza a notarse en las relaciones hispano-norteamericanas. Lo cual, no por esperado es menos importante, porque la situación que siguió a la retirada española de Irak (abril del 2004), con el menosprecio de George Bush como norma de conducta, no tenía fundamento. Hay que considerar, además, las razones prácticas que inducen a Washington a ser particularmente cuidadoso con las relaciones con sus socios tradicionales. En primer lugar, el esfuerzo que les demandará para que se sumen al aumento de efectivos militares en Afganistán. Pero también la necesidad manifiesta de articular una política de seguridad que cuente con la complicidad de los europeos, hipotecados en sus objetivos por el suministro ruso de gas, un asunto que no afecta a España pero sí globalmente a la UE y a la OTAN.

Lo mismo cabe decir, en el plano económico, de la necesidad de Obama de neutralizar la tentación proteccionista de una parte de su partido mediante la concertación con Europa. Por eso será tan relevante para España la cumbre del G-20 en Londres como el trato que Obama dé al presidente Zapatero tras 5 años de silencio de la Casa Blanca.