La muerte de un brigada y un cabo del cuerpo expedicionario español en Afganistán, víctimas de un ataque suicida, reitera algo sabido: que no existen en aquel país destinos seguros o misiones confortables. El conflicto afgano, gestionado con ceguera manifiesta por Estados Unidos hasta fecha reciente, obliga a afrontar funciones intrínsecamente peligrosas y es bueno que la opinión pública sea consciente de ello para que el impacto emocional del recuento de bajas se encaje como el precio trágicamente ineludible de una labor que atañe a la seguridad internacional se mire por donde se mire. Porque la cobertura legal de una misión militar --y esta la tiene-- no garantiza que sea incruenta ni esté a salvo de adversarios sobre el terreno.

El presidente electo de EEUU, Barack Obama, es partidario de aumentar la presencia de su país y de la OTAN en suelo afgano. Llevado el asunto a escala española, esto puede entrañar un aumento de nuestro compromiso en Afganistán. Si finalmente se toma esta decisión, conviene que los conciudadanos estemos informados de que correrán riesgos y el Gobierno hará cuanto esté en su mano, como hasta ahora, para minimizarlos.