Tras experimentar un ligero respiro en septiembre, la morosidad de los particulares y las empresas con los bancos y cajas volvió a subir en octubre --último mes con datos disponibles--, de forma que se sitúa en el 4,99%. Aun siendo un inequívoco mal síntoma de la marcha de la economía --es la tasa de mora más elevada de los últimos 13 años--, los expertos relativizan el incremento porque ya lo daban por descontado a la vista de las dificultades que tiene España para volver a la senda del crecimiento. En un análisis optimista, incluso subrayan que la subida se ha ralentizado en tasa de crecimiento intertrimestral.

La fase actual de morosidad debe contemplarse como una segunda oleada. La primera, iniciada hace dos años con el estallido de la burbuja inmobiliaria, la protagonizaron fundamentalmente los ciudadanos que perdieron el empleo y no pudieron hacer frente al pago del crédito recibido para la compra de su vivienda. Ahora, junto a los morosos de este perfil, abundan las empresas, en un efecto dominó de la falta de liquidez debida al descenso del consumo y el retraso de los pagos entre sociedades. Un deterioro del tejido productivo que tiene en el paro otra de sus manifestaciones.

La duda es cómo responderá el sector financiero a la morosidad si esta persiste. Las entidades han aumentado en los últimos años las provisiones para los impagos, pero se trata de un colchón con una capacidad de amortiguación que no es ilimitada. Los bancos y las cajas españoles tienen, en general, buenas defensas, y eso les ha permitido hasta ahora navegar sin gran zozobra por la crisis, pero no sería conveniente poner a prueba su techo de resistencia.