En el alto páramo de rastrojera y sembrado, cazamos al salto Andrés N. y nosotros mano a mano. ´Ari´ delante, peinando la desolación del llano y poniendo especial interés en los rodales de posío, a los cuales no llegó la reja del arado. Las perdices, en estas soledades desarboladas, se levantaban en las quimbambas, algo más allá de donde Cristo dio las tres voces: No pudimos encarar ni una. En realidad íbamos a por la rabona, tan frecuente otras veces y otros años.

Pues nada, no salió la orejona hasta el final de la cazata, cuando ya teníamos a Miguelito a tiro de piedra. Por un tris la perra no se hizo con ella y la apuró tanto que el dicho Miguelito no se atrevió a tirarle. Muy bien hecho, majo; con peligro es mejor no tirar nunca.

El Morringas, venero de infausta memoria para algún amigo nuestro, baja desde el páramo hasta el afluente y, con lo poco que ha llovido, en este otoño que galopa, no ofrece sino algún charquero que otro, en el que se refleja el paso de los nubarrones pardos. Un día ventoso y desapacible; pero día de caza, al fin y a la postre.

Nos tocó puesto casi al final del Morringas, en esa curva pronunciada que traza su cauce cincuenta o cien metros antes de llegar al de su padre. Barzal espeso de arbolado y monte bajo. Si vigilas el cielo, se puede colar la pieza de pelo por cualquier resquicio de monte, y si pones tu atención en el suelo te sobrepasa la perdiz en un suspiro.

La que llegó fue la zorra, muy frecuente otras veces y otras ocasiones en este rincón del Morringas. Vimos como LF le atizaba un plomazo y la agarraba, porque se paró un instante, pero al momento se echó a correr hacia mí. De dos tirascazos le di pasaporte para San Pedro y requiescat in pace. Un macho precioso, marrón y negro, y blanquecinas las puntas de los pelos. Lástima de piel, que allí quedó para pasto de las horas y el olvido. Antaño le quitábamos la piel a las zorras y luego se las vendíamos a aquella familia de pieleros de Garrovillas, que iban al pueblo de vez en cuando. O se la llevábamos a Manolo, el del Casar, para que nos las curtiera. Otros tiempos, otras costumbres.