XUxno se descojona de las células madres y de las células suegras y cuñadas, del eje del bien, del mal y del regular; de la Conferencia Episcopal en su delirio pastoral de contarnos como ovejas, arrimando la rancia ascua a su sardina y el infierno para los que preferimos vivir como hombres y mujeres y no como almas fantasmales y divinas. No nos asombra, ni la patera arribada en las playas de Caños de Meca, con niños desembarcando, entre tetas tostadas y pitos vivos de brisa.

Menos aún, la mujer ajusticiada y fostiada por unas bestias miserables y mariconas que ostentan su virilidad en la marca del guantazo, o en el cuerpo frío de la mujer, a la que dicen que aman. O sea, que ni las matrimoniadas de J. L. Moreno me arritmian y mira que hay que tener horchata y no sangre, para que los diálogos de las tres parejas de Noche de Fiesta, no te den un jamacuco o, en su defecto, un infarto o un coma eterno. Pues que no, que todavía te asaltan sorpresas, que por locas y por desatinadas te noquean el sub, el ins y el consciente. Renfe, la de los trenes, quiere cobrar al gobierno autónomico --léase Junta de Extremadura--, un pastón por los servicios prestados a los extremeños, en esos caminos de hierro que llamamos trenes o ferrocarril. "Estarán de cachondeo", pensé, cuando leí la hilarante noticia que aparecía en todos los medios de comunicación. "Estarán borrachos", decía un sufridor de Renfe, en el mismo sitio que yo y con el mismo periódico. Si tiran de hemeroteca, aquí y en este Mi Sitio, podrán comprobar cómo narro las aventuras de un viaje de servidor de Mérida a Valencia, y de Valencia a Mérida, en una situación de tal negligencia y cutrerío que todavía me duelen las cervicales por intentar no descansar mi gañote en los miserables y casposos reposacabezas, que esperaban ávidos mi apetitoso cabezón. El orgullo, bien entendido y dosificado de nuestra identidad extremeña, se diluye en cuanto pisas los peldaños infernales que se traquetean como un martirio chino.

Cuando llegas a Puertollano, es cuando comienzas a sentirte ciudadano de no se sabe qué, pero que por lo menos te deshidratas y, tras pasar ocho vagones, dan de beber al sediento. Si es a la inversa, se desenganchan de los extremeños, como si de una carga molesta se tratase, y ahí nos tienen en dos vagoncitos repletos de desidia y un cha-ka-cha, que ya quisiera el baile de San Vito. No es serio que se pida lo que no se ha dado. No es elegante la campaña publicitaria de la Renfe --exquisitez, comodidad, eficacia al fin--, cuando nosotros les rendimos pleitesía por habernos sustituido los bancos de madera por asientos de un siglo que nos pasó. Lo dice --y en personal--, un usuario de la cosa, que sólo se atreve a morder en la reliquia del pasado, no por melancolía ni romanticismo, sino porque en sus obsoletos pasillos todavía se puede fumar. En ese viaje --Mérida Valencia y vuelta--, el mismo problema de calefacción que nos dio la salida, nos esperaba a la vuelta. Quizá debería pagar el gobierno, pero sólo para saldar las cuentas de psicólogos y psiquiatras a los niños, que en su memoria, recordaran un viaje lento, descuidado, sucio, y, sobre todo, diferente a los otros niños de más del norte. A Renfe, ni agua. Nadie debe pedir lo que no ha dado. Y si lo que nos ha heredado son los desechos, se les paga la chatarra y punto. ¿A cuánto está el kilo de hierro?

*Autor teatral