Desde hace cuatro años el parque de motocicletas ha crecido en 500.000 unidades, superando ya los dos millones, y con toda certeza este es uno de los motivos por lo que se han disparado los accidentes de motos en carretera, generalmente secundarias. Tanto que a estas alturas del año ya se han cobrado la vida de 379 personas: un 33% más que el año pasado.

Los motoristas se quejan sobre todo de los guardarraíles, una verdadera cuchilla que puede convertir en un drama una simple caída, y cuya sustitución por otros diseños inocuos es uno de los retos inmediatos que ha de plantearse nuestra red de carreteras.

Pero llama poderosamente la atención que las víctimas suelen ser expertos conductores con magníficas motos de más de 500 centímetros cúbicos, y que los accidentes se producen fundamentalmente los fines de semanas, lo que me pone los pelos de punta porque tengo muchos amigos que tras la dura semana de trabajo se desahogan corriendo con la moto el sábado y el domingo. Por ellos sé que la moto proporciona una incomparable sensación de omnipotencia, que solo sobrellevada con suficientes dosis de responsabilidad y una mente lúcida, capaz de sopesar los riesgos de la conducción, que no siempre es el caso, es compatible con la seguridad.

Existe una verdadera cultura que asocia la moto con la transgresión de normas, así las hemos visto en infinidad de ocasiones perderse en el horizonte tras darnos una fulminante pasada a velocidades de vértigo , adelantarnos pisando la línea continua, o volar por la carretera en grupos olvidando la obligatoria previsión de no circular en paralelo. Es la moto como fuente de adrenalina, como herramienta para llegar al límite, como medio competitivo, que se fomenta, se promociona y se vende como un producto de triunfadores.

Y mientras tanto el motero responsable se echa a temblar porque sabe que no habrá más remedio que tomar medidas y como siempre acabarán pagando justos por pecadores.

*Profesora de Secundaria