Abogada

Esto del móvil, además de ser una especie de pandemia colectiva, nos ha situado a muchos al borde del imperialismo de una empresa: en este caso, Telefónica. Quejas diarias, ineficacia muchas veces. Les cuento y les pido perdón por entrar en particularidades personales. En un viaje reciente fuera de España, después de requerir las indicaciones oportunas, me falla la red, intento que desde España contacten con Telefónica y arreglen el tema. Se resisten e indican que tiene que ser la usuaria que está fuera de España la que lo haga, con el inconveniente de otro idioma, a qué teléfono llamar y si tienes un teléfono a mano. Esto supone, además, de un trato inefable al consumidor, el que tenga que pagar una buena pasta para llamar desde el extranjero, intolerable e impresentable. Y luego --mientras esto se soluciona-- me causa graves perjuicios laborales; y encima, falla la cobertura cada dos por tres. Pago al mes por un servicio que no se me da, con la misma eficacia con la que lo abono. Creo que los consumidores somos, sobre todo, sufridores y demasiadas veces nos vemos impotentes ante el mal servicio dado por estas relumbrantes empresas. Espero que en la próxima factura me desquiten los días que hablando la cobertura se iba y venía; la vez que perdí varias reuniones por falta de comunicación y cuando ya hasta el terminal falló porque sí. A pesar de todo, oí a un chaval de tan sólo 10 años --en conversación con otro amigo-- que iba a comprarse un móvil, por el módico precio de 80 euros. Extrañada, le dije: ¿No sabes que los móviles tienen virus?, en un intento de quitar un cliente a Telefónica, después de mi enfado absolutamente justificado. Y es que el cliente, a pesar de tener razón, sigue estando maltratado.