El primer informe de las Naciones Unidas sobre el cambio climático concluía que la acción del hombre tiene mucho que ver con el calentamiento del planeta. El segundo, presentado días atrás en Bruselas, es más sombrío, por cuanto incide en que las consecuencias de los cambios van a ser más dramáticas de lo anunciado hasta ahora y van a tardar menos en llegar. El panorama que pinta acongoja: hambrunas, desplazamientos obligados de millones de personas y la desaparición de especies animales y vegetales son algunos de los desastres que prevén para este siglo --es decir, para inmediatamente, dicho en términos históricos-- las conclusiones del informe realizado por 2.500 científicos de todo el mundo a lo largo de seis años.

Por si faltaran pocos datos para la preocupación, los augurios del citado informe resultan especialmente pesimistas para el área del sur de Europa. Si todo sigue como hasta ahora, nuestra Península Ibérica padecerá más periodos de sequía de los que ya padece, más episodios de lluvias torrenciales, todavía más incendios forestales de los que sufre cada verano, más problemas para la agricultura de regadío y más dificultades para obtener energía hidráulica. Como se ve, un panorama desolador. Por su situación geográfica, la tierra que pisamos y de la que vivimos, afectada por el inestable clima mediterráneo, corre ya un grave riesgo de desertización. Un ascenso de temperaturas elevaría la aridez del suelo y aumentaría la dependencia del agua tanto para la agricultura como para el consumo de boca. Pero, además, las previsiones de la ONU apuntan a grandes éxodos de población de los países subsaharianos, que forzosamente tendrán que llamar a las puertas de Europa.

Algunos grupos ecologistas han señalado, sin embargo, que todavía estamos a tiempo de corregir esa dramática tendencia. Hay una luz de esperanza, pero para ello se debe actuar rápido y con medidas contundentes. Sobre todo, las que se refieren a la emisión de gases de dióxido de carbono, principales responsables del calentamiento global de la Tierra. Los gobiernos, que hasta ahora han abordado la cuestión climática de forma extraordinariamente tímida y casi siempre demasiado subordinada a los intereses económicos, deben poner en el primer lugar de su agenda el esfuerzo medioambiental. Se trata de una pura cuestión de supervivencia; no de ideologías o intereses de unos o de otros grupos políticos.

Pero es el conjunto de la sociedad el que debe emprender una movilización ante un nuevo peligro para la humanidad. La escuela, los medios de comunicación, la sociedad civil deben entender que estamos ante un desafío de inabarcables proporciones. Los expertos dicen que podemos cambiar el siniestro futuro del planeta si ponemos la inteligencia y la tecnología al servicio de la lucha contra los elementos causantes del brusco cambio del clima.