Una mujer de 42 años, que paseaba con una amiga por el cacereño Parque del Príncipe, encontró la muerte al ser atropellada por una moto conducida por un joven de 16 años. A un caso como este se le pueden aplicar varios calificativos: trágico porque ha acabado con una madre de familia que paradójicamente cambió Galicia por Cáceres para vivir atraída por su belleza, tranquilidad y porque en ella encontró las condiciones para ser feliz; dramático porque, además de la de la víctima ha destrozado las vidas de sus seres queridos, los cuales han tenido el gran gesto de donar sus órganos, y la del chico menor de edad que la atropelló, que de seguro no previó que la vuelta que iba a dar con la moto prestada por el parque iba a terminar con él ante el juez de menores.

Pero cabe otro calificativo a la desgracia ocurrida en el Parque del Príncipe: el de muerte temida. Anoche, esta noche, la noche de mañana, cualquier noche decenas y decenas de motos circularán por los parques de las ciudades extremeñas, llenos de adultos que pasean y de niños que juegan. Tantas motos en los parques que algún día tenía que ocurrir una tragedia como ésta. Y esta situación, no el caso concreto del chico de 16 años que atropella a la mujer de 42, sino esta ´costumbre´ de que las motos circulen por los parques tiene dos responsables: primero quienes circulan; segundo, nuestros ayuntamientos, que no han aplicado nunca la sanción correspondiente a quienes invaden un espacio de juegos con una máquina que puede producir accidentes. El tamaño del caso --una mujer muere atropellada en un parque-- es la medida de lo que queda por hacer a los responsables municipales para que una tragedia así no se repita.