La mayor parte de la gente piensa que la muerte es un mal inevitable ante el cual no hay ciencia o filosofía que valgan. ¿Será esto cierto? Bueno, tal vez el saber proporcione al menos cierto alivio al miedo terrible de morir. Epicuro decía que el hombre jamás ha de temer lo que no puede dañarlo, y la muerte --añadía-- ni nos roza, pues justo cuando ella llega nosotros ya... no estamos. No es mal consuelo ¿Pero es sólo consuelo lo que puede ofrecer la filosofía?

Pensemos por un momento lo que es --en su sentido más mostrenco-- la muerte. La muerte de algo o alguien significa que ese algo o alguien deja de existir, desaparece. ¿Pero es lógicamente posible que las cosas desaparezcan? La muerte, dicen, es una suerte de transformación; pero en esa transformación (como en todas) hay algo que se esfuma --el individuo que muere-- y algo nuevo que viene al ser --sus restos, la herencia que absorben sus vástagos...--. ¿Pero --es la pregunta-- cómo pueden esfumarse o advenir las cosas? ¿A dónde va lo que se va del todo o, de dónde viene todo lo que no era? La nada no puede ser la respuesta (ni nada). ¿Cómo es, entonces, esto posible? Es verdad que vemos cada día como los seres mueren (desaparecen) y nacen (aparecen). Pero también vemos a los magos haciendo aparecer y desaparecer pañuelos en su mano y no nos fiamos. ¡Nos parece tan ilógico que lo que no existía exista, y al revés, que pensamos que ahí tiene que haber truco (aunque no sepamos cuál)! ¿No podríamos imaginar lo mismo con respecto al nacimiento o la muerte? Tal vez no sean más que una ilusión, el truco de algún mago incomprensiblemente cruel que nos saca de su chistera a la luz de este mundo para, tras apenas saludar, sorprendernos y quedarnos prendados, volver a hacernos desaparecer en el fondo de su sombrero...

Por otra parte, creemos que la muerte solo puede afectar a los cuerpos (son ellos los que enferman, se desgastan y quiebran). ¿Pero son las personas algo más que cuerpos? Pensemos en nuestros pensamientos, deseos o sentimientos... ¿Serán cosas físicas y corpóreas como lo es el cerebro que presuntamente los contiene? ¿Tendrá volumen un deseo? ¿Cuánto de largo será el pensamiento de la longitud? ¿Se pone el cerebro amarillo cuando imagino ese color...?... Algunos piensan que los fenómenos mentales no son más que el producto de nuestras neuronas (aunque no les resulta nada fácil responder a las preguntas de antes). Pero otros piensan que la mente no es lo mismo que el cerebro, por lo que, quizás, sea separable de él (como lo es el software del hardware en un ordenador). Si así fuera, la mente podría librarse de la muerte del cuerpo que habita. Y también las personas, pues nuestra identidad reside esencialmente en nuestra forma de pensar, querer o sentir, y no en la de nuestros pobres cuerpos... ¿Qué les parece esto? Son algunos de los viejos argumentos filosóficos sobre la inmortalidad del alma...

Finalmente, incluso si la mente no fuera más que una parte o producto inseparable del cuerpo, el conocimiento actual sugiere la posibilidad de vencer algún día a la parca. Imaginen que pudiésemos retrasar indefinidamente el envejecimiento de nuestras células (no es imposible, cada vez conocemos mejor ese tipo de procesos). Imaginen, también, que fuésemos substituyendo, mediante trasplantes, los órganos de un ser vivo conforme fuesen deteriorándose. Al cabo de muchísimos años todas las «piezas» de ese cuerpo podrían ser distintas a las originales, pero la estructura o forma del organismo sería la misma. ¿Estaría o no estaría ese ser más cerca de la inmortalidad? Imaginen ahora que en previsión de un siniestro total (un incendio, por ejemplo, que abrasara todo nuestro cuerpo) tuviésemos a mano un ser idéntico a nosotros (un clon) al que cada día actualizáramos su/nuestra información cerebral --tal como si hiciéramos, cada día, un disco de seguridad de nuestros pensamientos, recuerdos, deseos, etc.--. ¿Qué podría, entonces, acabar con nosotros?... Tan solo, quizás, una cosa. Descubrir que nuestra vida no tiene el más mínimo sentido. Aunque este último es un problema para el que, quizás, también tenga solución la filosofía...