Las tragedias duelen aún más cuando los que mueren son niños o jóvenes que apenas han vivido. Inocentes, víctimas limpias.

Así fue para todos con el horrible atentado de Manchester. 22 personas fallecidas, muchos de ellos pequeños, por una explosión justo al final del concierto que ofrecía Ariana Grande, una cantante icónica para parte de la juventud de hoy. Un espantoso atentado terrorista. Ocurrió el pasado lunes.

Poco después saltaba otra noticia: al menos 34 personas morían tras hundirse su barcaza en el Mediterráneo, la mayoría también niños.

Ya estábamos a miércoles, pero se seguía hablando mucho más de Manchester. Mucho, mucho más.

En el Mediterráneo han fallecido unas 1.350 personas en lo que va de año y si nos atenemos a las suposiciones de las organizaciones expertas, un 20% son niños. Escalofriante pensar sólo en una cifra global.

Sin embargo, estas muertes no han aparecido en tantos titulares, no han copado las conversaciones de los bares, ni han sido motivo de nuestra ira e indignación. Tampoco se han exigido medidas rotundas para que estas situaciones no se repitan, ni se ha señalado con claridad y contundencia a los culpables.

Hay que hacerlo con lo de Manchester, sin duda. Pero también habría que hacerlo con esto. Puede haber un margen, comprensible, sobre una mayor empatía con tragedias que ocurren en un mundo cercano al nuestro: porque las entendemos mejor, porque nos sentimos identificados y porque supone, por supuesto, una amenaza más real.

Pero la empatía ha desaparecido por completo con los otros, los que no son de aquí. Indiferencia. Eso es lo que mostramos hacia las muertes en el Mediterráneo. Una inmensa indiferencia tan vergonzosa como incomprensible.

El año pasado se batieron récords de migrantes fallecidos en el Mediterráneo y desde frentes como la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) denuncian un incremento imparable desde que entrara en vigor el acuerdo con Turquía.

Son personas, como tú y como yo, que huyen de sus países porque en ellos hay miseria, guerras, condiciones límites.

Sólo buscan una forma de sobrevivir, un lugar que les ofrezca una opción de futuro.

Pero Europa no está por la labor: empezó cerrando las fronteras, empujándoles a entrar de forma ilegal. Después, eliminó los caminos ya peligrosos por los que llegaban jugándose la vida e invirtió en fronteras más amenazantes, lo que les obligó a tomar otras rutas aún más arriesgadas. Y entonces llegó el acuerdo con Turquía para lavarse las manos.

Europa dejará en la historia la huella de su indolencia ante tantas víctimas inocentes, de tantos niños. Quizás no sea mal momento para recordar que España y todos los españoles somos europeos desde 1986.