Dramaturgo

Hoy más que nunca en esta conmemoración del Día de la Mujer, debemos unirnos para gritar muy fuerte, hombres y mujeres: "¡No a la guerra!". Es necesario que al comenzar el milenio, el tópico que justificó en muchas ocasiones la exclusión de la mujer de cualquier clase de derechos y, entre otros, el de opinar y tomar decisiones ante un conflicto bélico, que hizo de ella un objeto colocado en casa para solaz y descanso del guerrero, salte a pedazos porque todos, hombres y mujeres, hemos decidido que la paz no es el descanso del guerrero sino la desaparición de todos los guerreros del mundo.

La guerra la hacen los hombres, mayormente, y la sufren las mujeres y todos los ciudadanos y ciudadanas que esperan la caída de tres mil bombas mientras preparan el descanso y la justificación hogareña de los guerreros. Conservo muy viva la imagen de aquella mujer bosnia que tras ver cómo un francotirador había abatido a su hijo de doce años cuando cruzaba una avenida próxima a su vivienda para coger agua de una fuente pública, agradecía entre sollozos de desesperación, la puntería del tirador, ya que no había causado mucho sufrimiento a su hijo. Y aún me estremezco al recordar a aquella otra mujer que se consolaba porque el mismo francotirador, que había matado a su hija, disparó sobre un perro flaco y hambriento que se acercó hasta ella para lamerle la sangre. Estas historias se repiten cada día en cada frente de guerra. Estas mujeres y estos hombres son la representación de miles, millones de seres humanos que no desean la guerra. Estas historias más las miles que protagonizan cada día las mujeres maltratadas, conforman la condición violenta del mundo de los guerreros.