Da igual si uno mira a los datos que nos dicen o a la realidad, lo cierto es que nuestro momento es el otoño caduco de los derechos laborales, de una época en la que se deshojan los avances de antaño como si realmente hubieran nacido para caer.

Reformas laborales, crisis, corrupción, mentiras, miedos primitivos, globalización. Causas varias para una sola consecuencia: no ha sido difícil quitar lo que tanto costó ganar. Un otoño, si acaso, ni siquiera un invierno.

Cuatro millones dos cientos veinticinco mil españoles en el paro. Una cifra escrita así para darle más entidad, porque son muchos. Y eso a pesar del maquillaje para retocarla un poco.

Porque lo que se dice puede ser más importante que la propia realidad. O lo que no se dice, como que el desempleo tiene nombre de mujer.

No es de extrañar, sin embargo, que este tema de mujeres sea asunto de segundo nivel: al final, suelen ganar menos, sus ámbitos laborales no son tan fundamentales para la economía, sus habilidades son menos productivas y los cargos que ostentan, por supuesto, son más prescindibles.

Por eso, a la calle antes. Eso, si tienen la «suerte» de tener trabajo… Habrán notado la ironía, ¿no?

En un día como el de hoy en el que se nos llena la boca de lemas y reclamas para otorgar dignidad al trabajador, debería haber un rugido común, prioritario y roto de rabia: la desigualdad en el ámbito laboral y en su extremo, la invisibilidad que soportan tantas mujeres trabajadoras.

Esas invisibles que no trabajan pero cuya labor permite que todos los demás estemos donde estamos.

Esas que hacen que las ruedas del engranaje se muevan, que amamantan entre gomas de borrar y dan biberones de madrugada, que alimentan espíritus y cocinan pucheros al gusto de todos, que limpian problemas y suelos como si solo ensuciaran ellas.

Y, muy en especial, esas mujeres que se convierten en centinelas de los que por ellos mismos no pueden (y que han sido abandonados y olvidados por el Estado).

Cuidadoras, que cuidan, es decir, que piensan. Piensan en los demás. Pero, ¿quién piensa en ellas?

Desde luego, no esta sociedad machista y egoísta que ni es consciente de su papel.

Escuchen: el cuidado, como las labores del hogar, no son una vocación femenina; hombres, dejaos de rollos y empezad a asumirlas vosotros también.

Alguien tiene que hacerlas. Y ahí entran ustedes, señores y señoras del Estado, rojos, verdes o azules, responsabilícense de una vez.

Son muchas esas mujeres sin empleos. Esas que, según se dice, no trabajan pero que en realidad lo hacen 24 horas al día, 7 días a la semana. Y no tienen remuneración, ni reconocimiento alguno, ni jubilación. Ahí tienen datos y realidad en uno. Y ambos tienen que cambiar. Porque ya está bien.