TUtna mujer de 41 años murió el viernes 15 de madrugada en Villaviciosa de Odón, tras recibir dos puñaladas, supuestamente, por supuesto, de su pareja sentimental. El hombre dijo que se había suicidado pero los agentes constataron heridas incompatibles con el suicidio. No había denuncias.

El jueves 14 de mayo, en Denia, un presunto hombre, perdón agresor, degolló a su mujer con un cuchillo. En este caso no le atribuyó a ella intenciones suicidas sino que luego intentó suicidarse él. Pena que no lo pensara antes. De matarla. Vivían juntos aunque pesaba sobre él una orden de alejamiento.

El viernes 8 de mayo, en Ourense, un jubilado remató a su esposa ingresada en un hospital. La cosió a presuntas cuchilladas o presuntamente la cosió, o era presuntamente jubilado, porque lo único que no se presume es que ella siga viva, ya que está rematadamente muerta. La Guardia Civil dudaba de Aniceto porque Isabel había sido herida bestialmente en su domicilio mientras veía la televisión y su marido afirmaba estar durmiendo, en un episodio todavía sin aclarar. El pretendió suicidarse tras su presunta acción, aunque no se espera que se infecten sus heridas. Había esperado durante un mes junto a la cama de su mujer y frente a la de otra enferma sedada. La muerta, antes de morir no pudo siquiera gritar debido a una traqueotomía.

La primavera avanza, la campaña continúa, los líderes se increpan, prometen, hacen sus números, y mañana, mientras leamos las encuestas, los pactos o la última ocurrencia electoral, tropezaremos con otra mujer muerta alojada entre las noticias que saben a viejo y huelen a espanto y pasaremos por encima de ella, dejándola de nuevo a un lado con la costumbre culpable. Otra mujer muerta más, arrinconada entre la impotencia y la desesperanza.

Y mañana también, adolescentes desprotegidas seguirán sintiendo que son un trapo, un juguete en manos de su novio que las acosa a través del móvil, indefensas ante lo que ni siquiera detectan como violencia.

¿Hasta cuándo continuará esta vergüenza?