Las editoriales son seres vivos y, como tales, están destinadas a nacer, crecer, reproducirse y morir. El mundo editorial está en permanente evolución y, siendo sinceros, no sabemos hacia dónde se encamina. (O al menos yo no lo sé).

La recién anunciada absorción de la mítica editorial Espasa por Planeta nos da alguna pista: hay que ir hacia la simplificación societaria para reducir costes. En la otra cara de la moneda están esas editoriales creadas sin apenas presupuesto y por tanto sin margen de reducción.

Cuando publiqué mi primer libro en la Editora Regional de Extremadura, en 2001, el panorama era muy diferente. Publicar suponía, para quienes estábamos empezando, una suerte de premio, un éxito (anímico, más que nada), una oportunidad de oro que no estaba al alcance de todos. El presunto filtro de calidad que hacían entonces las editoriales ha desaparecido y hoy quien no publica es porque no quiere.

La autoedición (o coedición) no es la única novedad. En 2001 no existían el ebook ni las plataformas de libros digitales, la publicación por crowdfunding, las redes sociales, los blogs, los audiolibros, la escritura por voz, los booktrailers… Se han hecho tantas cosas en tan poco tiempo, que a veces pienso que hace 20 años el mundo no existía.

Estas novedades, imposibles sin los avances tecnológicos, han modificado el panorama del libro hasta hacerlo casi irreconocible. He tenido la suerte de vivir en ambos cosmos, el analógico y el digital (por así llamarlos), en un fin de siècle que ha sido también un fin del sector editorial tal como lo conocíamos.

El escritor tiene hoy a priori más oportunidades que nunca, crear una editorial de bajo coste es más fácil que nunca, los medios que dan cobertura a los libros son más numerosos que nunca…

En el sector editorial hay más de todo que nunca, excepto lectores, esos rara avis que mantienen semivivo este mundo de locos.

*Escritor.