La epopeya de los 33 mineros ha tenido un final feliz, después de 69 días de angustia, temor y fe, vividos con especial emoción en el campamento Esperanza de Copiapó, en el desierto chileno de Atacama. Unos sentimientos a flor de piel que han aflorado, junto con los mineros rescatados, entre familiares y amigos, con elevadísimas dosis de emotividad ante las que pocas personas, por muy alejadas en el espacio que se encuentren de Chile, pueden permanecer indiferentes. Y es que el rescate en el yacimiento de la mina San José ha atraído las miradas del mundo entero; ayer se contaban por centenares de millones los espectadores del rescate a través de la televisión e internet. Se trata de un acontecimiento singular que nunca hasta hoy se había producido con los argumentos que aporta el accidente chileno. Rescate a una considerable profundidad, retardado en el tiempo, de una notable cantidad de seres humanos que han vivido su aventura en unas condiciones extremas. La lenta, persistente, subida al exterior de las víctimas ha generado, además, una enorme expectativa mediática, ciertamente global y planetaria. Durante todo el día de ayer el mundo entero estuvo pendiente del proceso de evacuación.

El rescate, pues, también se ha convertido en espectáculo. Puede que sea inevitable, en estos días en que vivimos cada día pendientes de la inmediatez y dispuestos a vivir como propias experiencias alejadas. A falta de posteriores análisis, el proceso demuestra que, en contra de lo que siempre se dice, una buena noticia también es noticia. Simplemente hace falta que sea algo novedoso e insólito, que se salga de la normalidad y que toque la fibra de los espectadores.

Una vez superada la emoción del rescate, y tras las enormes muestras de patriotismo y alegría colectiva de los chilenos, que han hecho de esta operación una ocasión para reivindicarse como país, convendrá prestar atención a los hechos que motivaron el derrumbe del 5 de agosto y a las medidas de seguridad en la mina San José, propiedad de Minera San Esteban, una empresa que acumulaba, por desgracia, un rosario de accidentes y tragedias. Después de las primeras frases históricas, tanto el presidente chileno como el ministro de Minas insistieron en la necesidad de aumentar la seguridad, lo cual pone de manifiesto que el gobierno chileno está aprovechando con inteligencia esta oportunidad para, subidos en la ola de una opinión pública rendida, llevar a cabo una reforma hacia una legislación que otorgue más seguridad.

También deben pedirse responsabilidades a quienes cedieron para que la mina San José volviera a ser explotada, aun a sabiendas de la situación irregular del yacimiento y de una empresa que mantiene deudas altísimas e impagos a sus trabajadores.