El sistema parlamentario español sigue padeciendo una rigidez que aleja los debates de las preocupaciones inmediatas de los ciudadanos o los fija con demasiado retraso. Es el caso de la comparecencia, ayer, del presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados para debatir la reforma del Ejecutivo realizada el pasado 7 de abril --hace más de dos semanas--, unos cambios ministeriales sobre los que ya se han pronunciado reiteradamente todos los protagonistas políticos y de los que ha habido cientos de análisis, tanto en la prensa como en los órganos de expresión de la sociedad. En tiempos en los que la información circula a extraordinaria velocidad, comparecencias como la de ayer parecen un simple trámite que, eso sí, obedece a unas elementales normas democráticas.

Pero dicho esto, no está de más sacar algunas conclusiones de la sesión parlamentaria. La primera es la soledad de los socialistas. Todos los grupos fueron tremendamente críticos con la remodelación gubernamental hecha por el presidente y acusaron, no sin cierta demagogia, a Rodríguez Zapatero de aumentar el gasto público por crear una tercera vicepresidencia. Nadie concedió al presidente el periodo de gracia que, en tiempos que parecen definitivamente finiquitados, se concedía a un nuevo Gabinete. La tarea del PSOE de obtener los apoyos suficientes para aprobar leyes importantes --caso de los presupuestos generales del Estado-- se antoja mucho más difícil de lo que se presumía hace unas semanas en las filas socialistas, cuando se dibujó el alejamiento definitivo del PNV por el pacto PSE-PP en Euskadi. No estamos aún ante una crisis de gobernabilidad, pero sí ante un evidente debilitamiento de la mayoría socialista en un momento crítico en los planos político y económico.

El presidente Rodríguez Zapatero justificó los cambios en su equipo de gobierno por la necesidad de ser "más rápidos y eficaces" en la lucha contra la crisis, como recomienda el G-20. Tal argumento, que no deja en muy buen lugar al exvicepresidente económico Pedro Solbes, parece demasiado endeble, como acertadamente señaló Mariano Rajoy, para justificar destituciones como la del anterior ministro de Cultura.

El tardío debate sobre los cambios de ministros brindó una oportunidad a Zapatero para repasar las medidas económicas adoptadas por su Gobierno, que, según dijo, han empezado ya a dar sus frutos. Esta parece una afirmación arriesgada cuando cada día recibimos un aluvión de datos negativos.