El 19 de septiembre no es una fecha que vaya a quedar grabada en los anales de la historia, y sin embargo, ha sido un día raro, en el que después del anuncio de Ibarra sobre su decisión de no presentarse como candidato a las próximas elecciones, todos parecíamos algo nerviosos, y muchos impacientes por conocer el nombre de su sucesor.

La decisión del presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra, después de ganar, a la cabeza del PSOE, en seis ocasiones seguidas las elecciones, en cinco de ellas por mayoría absoluta, equivale a su renuncia a la Presidencia de la Junta, que nadie duda hubiera vuelto a ocupar, de haber optado por presentarse nuevamente como candidato.

Desde 1983 hasta ahora, las cosas han cambiado mucho. Pocas cosas, de las que Ibarra se ha propuesto, se le han resistido, y los extremeños, pueblo agradecido, saben valorar a su presidente, al que califican de hombre honrado, y en el que depositan sin reparos su confianza. Esta fama de honradez, casi tozuda, le ha llevado a granjearse a veces la simpatías de la propia oposición, que ahora lo despide con sus mejores deseos. Fuera de Extremadura tampoco han pasado desapercibidas sus cualidades, y es famoso por sus personalísimas posiciones políticas en muchos temas, que lo han llevado a mantener en ocasiones enfrentamientos dialécticos con otros políticos, siempre intentando mantener una postura firme y consecuente con sus propias convicciones.

A estas alturas de su carrera, nadie le niega la importante labor que ha realizado al frente del Ejecutivo extremeño, uno de los gobiernos autonómicos más valorados, según la última encuesta del CIS, y su marcha, a nadie deja indiferente. Pero aun así, la decisión tampoco genera malestar alguno, porque tanto él como el partido que lo respalda tienen la completa tranquilidad de que el PSOE va a mantener una amplia mayoría, en las próximas elecciones autonómicas.

El proyecto de desarrollo de Extremadura está en marcha, todos entienden que va a seguir funcionando sin Ibarra; e incluso hay ciertos sectores, dentro y fuera del partido, que consideran el cambio aconsejable, como ejercicio sistemático, dentro de una democracia.

Así, no es de extrañar que dentro del lógico agradecimiento a la dedicación prestada por Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y a pesar de la valoración positiva de su labor, parte del electorado entienda que es conveniente evitar los cargos políticos vitalicios, por principio, y considere el relevo como una forma de revitalización, que lógicamente aporta nueva energía, evitando al mismo tiempo ese distanciamiento de la realidad que tantas veces hemos visto en otros líderes, y que suele conducir a un endiosamiento nada aconsejable.

Aun así, recordando esos emotivos discursos de Juan Carlos, llenos de parábolas, con sus populares ejemplos, de tipo coloquial, sobre lo cotidiano, que nos han enganchado alguna vez a todos, como a niños, resulta difícil evitar cierta nostalgia.

Pero la historia no se acaba aquí, sino que sigue. A Ibarra le queda una vida por delante, yo le deseo que feliz, para acompañar en este viaje a la tierra y al partido a los que ha dedicada su vida, desde un asiento, más o menos, de atrás del autobús --de él dependerá--, desde donde podrá pararse a disfrutar los matices del paisaje, mientras Extremadura seguirá su camino, hacia un horizonte donde se distinguen unos objetivos claramente definidos, que el sucesor o la sucesora de Ibarra, tendrá que andar al frente de la Junta, porque la vida es así, y nadie es indispensable.

*Profesora de Secundaria