El juicio por los atentados terroristas del 11 de marzo del 2004 en la Comunidad de Madrid empezó ayer en un clima de gran expectación y sin que decayera la guerra mediática entre quienes agitan el fantasma de la participación de la banda terrorista ETA en la masacre y quienes juzgan razonable la instrucción del sumario por el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo sobre la base de las investigaciones de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

Esta vez fue a cuenta de los informes periciales sobre los explosivos que estallaron en los trenes esa fatídica mañana. Los ventiladores para crear dudas sobre la instrucción del caso no van a parar, pese a que la maquinaria judicial sigue su camino inexorable. Lo triste es que en medio de esta batalla muy pocos se han acordado de las víctimas directas: de los familiares de los 191 asesinados y de los 1.824 heridos en las distintas explosiones.

Hubo un tiempo en el que las víctimas del terrorismo eran protagonistas solo de las informaciones de los entierros. Pasada la conmoción de los atentados, poco más se sabía de viudas, madres, padres o huérfanos. El Estado tampoco era capaz de compensar económicamente de forma adecuada y de hacer sentir la solidaridad a quienes tanto habían perdido.

Después la situación mejoró. La gigantesca movilización por el secuestro y asesinato de Miguel Angel Blanco, en 1997, fue una sacudida a las conciencias. Una ola de afecto con quienes sufrían recorrió todo el país y los sucesivos gobiernos fueron mejorando el trato a las víctimas.

Pero en los últimos tiempos, estas han sido utilizadas demagógicamente por el Partido Popular y los medios de comunicación afines a este. En una operación revestida de proclamas humanitarias, lo que se ha intentado ha sido utilizar a las víctimas como ariete contra el Gobierno y el proceso de paz inspirado por José Luis Rodríguez Zapatero. Si alguna de ellas discrepaba, se le silenciaba o se le vejaba, como es el caso de la extremeña Pilar Manjón, madre de uno de los jóvenes asesinados el 11-M y mujer que tuvo ayer el valor de mirar a los ojos a los acusados.

Un rápido vistazo a las informaciones sobre la apertura del juicio oral del macrojuicio del 11-M indica que las víctimas, por desgracia, han pasado a un segundo plano. Vale la pena hacer un llamamiento a la solidaridad y el respeto a quienes estos días van a soportar testimonios terribles por cuanto aconteció en aquella sangrienta fecha, mentiras hirientes y reproducciones de escenas que causaron tanto dolor.

Una llamada que también hay que hacer extensiva a unos medios de comunicación muy poco acostumbrados a la reflexión a la hora de reproducir imágenes que devuelven el horror a quienes no consiguen olvidar lo que ocurrió aquel 11 de marzo del 2004 y por el que muchos siguen sufriendo día a día.