TMtás de la mitad de los españoles opina que los extranjeros que viven en España son demasiados. Se olvidan aquellos tiempos, no tan lejanos, en que nosotros también lo éramos. Sin embargo, parece preocuparnos poco la situación en la que viven algunos inmigrantes, que vienen o intentan venir a nuestro país en situaciones precarias, de explotación y peligro. En el fondo nadie sobra y todos somos necesarios. Aunque sea por egoísmo, su llegada permite cubrir empleos para los que no hay mano de obra.

Los aspectos más valorados a la hora de permitir la entrada a los extranjeros, por parte de los españoles, pasa por tener un buen nivel educativo, conocer el castellano, que tenga familiares cercanos viviendo aquí y que sean de un país de tradición cristiana. Y los que no cumplan los requisitos, ¿qué hacemos con ellos? Si reconociéramos que las migraciones son un medio fantástico para que la familia humana se encuentre, otro gallo nos cantaría. Nos falta ese espíritu de entendimiento. Ellos tienen que soportar, demasiadas veces, el desprecio, la intolerancia y la violencia. Se les mira con más recelo que cariño. Su voz casi siempre es una voz que no cuenta, ni en sus derechos cívicos, ni laborales.Debe haber un control y unos cupos de emigrantes; o si se quiere, admito que lo más adecuado es permitir la entrada sólo a los inmigrantes con contrato de trabajo. Pero una vez dentro de nuestra patria, ya es de ellos también, puesto que en el sentido ético a los derechos corresponden también obligaciones, y juntos debemos construir un clima de convivencia; sin anular diferencias, con actitudes y gestos de respeto solidario. El inmigrante sufre, más de lo que pensamos, --tiene sentimientos--, sobre todo cuando percibe que es un mero instrumento a nuestro servicio y antojo del que nos beneficiamos como si fuese una cosa. Los españoles siempre hemos sido Quijotes, navegantes de conquistas, descubridores de horizontes. Hoy, cuando ya las fronteras se han quedado chicas, si queremos un mundo en paz, hemos de valorar en clave positiva la aportación de los emigrantes, aceptarles sin condiciones, ni condicionantes, porque iguales o distintos hemos de convivir en esa mundialización que ya es un hecho. Al fin y al cabo, todos somos herederos de un mismo planeta. En consecuencia, olvidar esa hospitalidad tan propia nuestra, es toda una contradicción. Porque los emigrantes son seres humanos como nosotros, por encima de todo y de todas las leyes, ha de estar el corazón, la acogida, el ofrecerle lo que somos y tenemos. Puede ser un buen propósito para este año nuevo de vida nueva; de amor vivo, de vivo amor. Así lo deseo.

*Escritor