Dramaturgo

Hubo un tiempo en el que las Navidades empezaban cuando hacía frío y los hornos de polvorones eran lugares apacibles en los que refugiarse para entrar en calor. Ahora subimos a los trasteros a guardar el bañador y los flotadores y nos bajamos el árbol y el belén, y los hornos de polvorones se han convertido en hornos de exterminio de pasteleros cuando en agosto se ponen a fabricar roscones, mazapanes y alfajores.

Las Navidades se adelantan que es una barbaridad gracias a los componentes químicos conservantes que pueden garantizar que el pavo de la cena, comprado en septiembre, no tenga la misma cara en la mesa que esa cuñada nuestra que siempre nos da la noche. Todo se conserva, hasta el musgo del portal, y podemos afrontar unas navidades con tiempo y sin peligro de caducidad.

Lo bueno del asunto sería si ese adelanto se extendiera a los buenos propósitos, a la solidaridad y a los talantes. Ya que la lotería del gordo se empieza a pregonar en junio, no sería malo que el acordarse de los que menos disfrutan también se pregonara en junio o antes. El calvo del gordo podría, de paso, abrir la boca (que ya es hora) y decirnos que a las Navidades hay que llegar cumplidos con la bondad y que no valen propósitos para el año siguiente.

Hay una casa de móviles que anuncia muchas llamadas para estas fiestas, así, sin más, llamadas a montón sin especificar a quiénes. Se trata de poner en marcha una gran red de comunicación que consiga convencer al mundo de algo importante: que estamos aquí, que la soledad es sólo el resultado de contarnos de uno en uno, que el mundo son voces y oídos. Podría intentarse mucho antes, con el adelanto éste. Pero, mientras, Feliz Navidad.