Resulta ciertamente preocupante que los partidos políticos solo sean capaces de superar sus diferencias cuando el sentir común de la ciudadanía les obliga, en momentos de alta emotividad como son los días posteriores a los atentados terroristas. Ayer se reunió el Pacto Antiterrorista puesto en marcha tras los atentados de Charlie Hebdo y que no se convocaba desde el atentado que ocurrió en Niza. Acudieron los partidos inicialmente firmantes, los que se han sumado en estos años y algunos que lo hacían por primera vez como Esquerra, el PDECat y el PNV. Se aceptó finalmente que la unanimidad en el repudio al terrorismo debe exigir un mínimo de pluralidad en las respuestas.

Los partidos políticos evidenciaron que comparten un rechazo unánime al terrorismo, pero mostraron también que discrepan en determinadas medidas para luchar contra esa amenaza. El Gobierno y Ciudadanos jugaron sus cartas para subrayar esas diferencias en un intento por situar a Unidos Podemos y a los nacionalistas como fuerzas de compromiso esquivo frente al yihadismo. Partido Popular y Ciudadanos abrieron la brecha. Reclamaron a morados, PNV, ERC y PDECat que dejen de ser observadores y que accedan a firmar ahora un texto que en el año 2015 no suscribieron porque no están de acuerdo con algunas medidas.

Lo deseable sería que lo que empezó ayer pudiera fructificar en los próximos meses, quizás con una reformulación del manifiesto fundacional. Ello solo será posible si unos y otros entienden que las diferencias han de ser superables en favor de un bien superior como es el de generar un clima social que deje muy claro a los terroristas que no van a conseguir nada de lo que se proponen: ni amedrentar a la población ni cambiar el sistema democrático ni siquiera romper la convivencia por mucho que algunos descontrolados se empeñan en darles alas.

Los actuales observadores en el pacto deberían dejar claro en qué condiciones están dispuestos a firmarlo al margen de los apriorismos que hasta ahora les han impedido hacerse unas determinadas fotos. Hemos pasado del estadio de amenaza al de los hechos luctuosos. Nada es igual.