Al menos, lo que yo creo que necesita. Y digo yo, sin que por ese yo que soy yo tenga demasiada consideración. Los opinadores padecemos, a modo de grave enfermedad profesional, la silicosis del yocentrismo. Algunos de mis lectores tienen la suprema caridad de criticármelo. Hitos, ya saben, mi lectora de cabecera, me lo tiene dicho. «Te gusta hablar desde el púlpito». Así que pido perdón, no ya por tener opinión, sino por, en muchas ocasiones, darla a conocer sin mayores avales que los de ser un humilde observador de cuanto pasa.

Viene todo esto a colación de lo que necesita Extremadura (según yo, claro está). Extremadura necesita un Bravo Murillo. Uno no, unos cuantos. Necesitamos extremeños en Madrid. Pero mandando. En el entorno del poder. Tomando decisiones, que sin violentar ley alguna, sin menoscabo de la justicia, devuelvan a Extremadura la ilusión por su futuro.

Estos cuarenta años de autonomía han perpetuado nuestro secular atraso. Seguimos, en términos relativos, donde estábamos. Y eso siendo benévolos en la crítica. Lo digo con pena. Estamos medio muertos. Alguno dirá que medio vivos. Es la otra manera de verlo. Pero, se vea medio llena o medio vacía, la botella extremeña está a la deriva de sí misma. Que se lo pregunten a los chavales que estudian para emigrantes. O a los pueblos que opositan a desaparecer. Pregúntenselo a las ciencias, a las artes y a las letras extremeñas. Pregúntenselo ustedes mismos y respondan con la verdad por delante.

A Extremadura este sistema de autonomías egoístas, ramplonas y taifas le perjudica. Le perjudica hoy tanto como le perjudicaba hace cuarenta años. No sería malo que nos pusiéramos en pie para defender la cordura de una España de iguales y no este batiburrillo de trileros. Ahora que se habla de un nuevo modelo de financiación para las autonomías, ahora más. ¿Cuál ha de ser nuestra postura como región en este espinoso asunto? En mi modesta opinión, el problema no está en la palabra financiación, sino en la palabra autonomía. Frente a las fuerzas centrífugas del desorden, ya va siendo hora de reivindicar el discurso serio y firme de una España regida por fuerzas centrípetas. Para Extremadura no hay otro camino. Y perdonen si pontifico. Perdonen si me tomo este espacio a modo de púlpito. Perdonen, pero reflexionen.

Extremadura, en esa España futura, lo mismo que en esta España descoyuntada de hoy, necesita, como siempre, de sus bravomurillos. Hijos ilustres de Extremadura en Madrid. Que los que se van triunfen. Y se acuerden. Dicen que el tren a Lisboa se construyó por Valencia de Alcántara porque de allí era Cipriano Segundo Montesino, Duque de la Victoria. Unos harán más, otros menos, pero necesitamos legiones de ciprianos. Enrique Sánchez de León, por ejemplo. O Alberto Oliart. O Adolfo Díaz-Ambrona. Da igual el color político. Rojos o azules. Eso, hoy en día, es pantomima. Nada más letal para la lucha obrera que un gobierno de izquierdas. Nada más dañino para la moral de Occidente que un gobierno de derechas. Necesitamos extremeños capaces de mirar por el bien de Extremadura desde el poder. Llámense Hernández Gil o Manuel Godoy.

Si hubiera altura de miras, en vez de disputarnos los restos desabridos del banquete local, nuestros mejores estarían pensando en la conquista de la capital. ¿Por qué no Guillermo Fernández Vara presidente del gobierno? Conquistar, es un verbo extremeño y se conjuga en extremeño. No sé si estás de acuerdo, Hitos. Extremadura no necesita ni presidentes de diputación más o menos cuerdos, ni junteros que administren cortijos, ni caciques de regional preferente. Extremadura necesita ministros, presidentes de gobierno,… de república si se tercia. Necesita mandar en lo público y en lo privado. ¡Agua bendita! Extremadura necesita que sus hijos, los que hoy se van de ella, triunfen, pero sobre todo, que mañana no la olviden.