La dramática negociación en torno al secuestro del Alakrana está demostrando, una vez más, que el infierno de los mandatos internacionales de intervención está pavimentado de buenas intenciones. Especialmente para los sucesivos gobiernos españoles que han participado en ellas y que cada vez encajan fuertes desgastes políticos, por el hecho de que una parte considerable de la población no termina de confiar en la necesidad de apuntarse a tanta misión intervencionista, sin marcos de acción bien definidos y con tendencia a la improvisación operativa por parte española. Además, hay una absurda tendencia general a pensar que internacionalmente nadie nos observa y que resultamos incomprensibles para iraquís, afganos, paquistanís o somalís. Pero dejemos el análisis global sobre el trasfondo de ese tipo de acciones y pasemos a las cuestiones técnicas sobre el asunto del atunero secuestrado.

Los expertos dicen que hasta el momento no se han producido dos negociaciones de rescate iguales en la costa de los piratas somalís. Al parecer, esto podría ser debido a la complejidad de los intereses que interactúan en cada caso. En primer lugar, la composición de los grupos de piratas es diversa. Ciertamente, hay entre ellos pescadores reconvertidos, pero también, por ejemplo, antiguas tripulaciones (y oficiales) de guardacostas somalís, instruidos en las potencias que apadrinaron a Somalia en tiempos de la guerra fría. Ya nos hemos olvidado, pero en los años 70 aquel país fue una potencia militar regional, bien armada con material soviético, que incluso le pegó una paliza a la vecina Etiopía en la guerra del Ogaden (1977-1978).

XSIN EMBARGOx, a pesar de que la piratería ha encumbrado en la riqueza a algunos personajes de la costa somalí, la mayor parte de los crecidos rescates que se perciben por los secuestros de buques, ni siquiera llega a la zona. En realidad, una parte sustancial de ese dinero se queda en los bolsillos de los diversos intermediarios de la cadena que liga a los meros ejecutores con todo tipo de eslabones: negociadores, informadores, administradores, blanqueadores, abogados y un largo etcétera, cómodamente instalados en Europa.

Según fuentes diversas, algunos grupos mafiosos italianos estarían detrás de este tinglado, lo cual no es en absoluto descabellado si tenemos en cuenta que la mayor parte de la actual Somalia fue colonia italiana desde la década de 1880 hasta 1941 y luego, de nuevo, pasó a ser administrada por Roma a partir de 1949 y hasta su independencia en 1960. Los vínculos entre Somalia e Italia han continuado existiendo a lo largo de todos estos años, y de hecho existe una comunidad de somalís residente en la antigua metrópoli. Se habla incluso del protagonismo de la temible ´Ndrangheta calabresa en la retaguardia logística de la piratería y, posiblemente, en el vertido masivo de desechos radioactivos en las costas somalís durante los años de desgobierno que siguieron a la fallida intervención de fuerzas de las Naciones Unidas, a comienzos de los 90 del siglo pasado.

Por lo tanto, en la negociación para liberar a los tripulantes del Alakrana y rescatar el atunero, parece que resulta clave el protagonismo de los intermediarios, nada interesados en la suerte de los piratas detenidos en territorio español. En cambio, para los somalís que protagonizaron la operación, este puede ser un asunto clave. Depende bastante de la filiación de los detenidos con respecto al resto del clan, cosa que la prensa no menciona, o del desprestigio que le genera al líder local responsable, con respecto a los competidores locales o intermediarios mafiosos. Así que las negociaciones son, como mínimo, a tres bandas, y los españoles podrían estar en medio de un tira y afloja entre secuestradores y mafiosos, por un conflicto de autoridad o porcentajes de beneficio.

La operación es realmente complicada, y no se puede ignorar que el empeño en enjuiciar en territorio español a los dos piratas capturados --iniciativa que no fue del Gobierno, recordemos-- ha complicado mucho las cosas. Por lo tanto, lo más realista es confiar en la profesionalidad de las autoridades españolas implicadas en la negociación, que cuentan con la colaboración de otros países aliados.

A partir de ahí, y del resultado de las gestiones --que esperemos que sea feliz-- para liberar a la tripulación española (y de otros países) que faenaba en el Alakrana , tiempo habrá para debatir los numerosos aspectos polémicos de la presencia en el océano Indico: si España tiene o no política de defensa, la posibilidad de que se esté configurando un Blackwater a la española en torno a los mercenarios embarcados en los atuneros, o la calidad del pescado procedente de un área supuestamente tan contaminada. Eso sí: evitando construir leyendas sobre románticos piratas justicieros en lucha contra el poder del capitalismo esquilmador. Esto último puede ser cierto, pero, si es así, los piratas y sus padrinos también están metidos de lleno en el negocio.