El negocio de Coco Cabana

Somos un grupo de jóvenes universitarios cacereños y la noche del pasado sábado fuimos a la pista, pero en la entrada a un amigo los porteros no le dejaban pasar porque llevaba una gorra, y alegaban que eso era lo que llevan los camellos de venta de coca, y que se la quitara. Absurdo, porque nuestro amigo luego se la volvió a poner. Empezamos a discriminar y a seleccionar a la gente por la vestimenta, cuando los que venden y consumen coca o cualquier otro estupefaciente son muchas veces de chaqueta y corbata. Una vez dentro y después de pagar cinco euros presenciamos una supuesta actuación cultural que luego se limitó a unos zancudos bailando entre la gente y otros disfrazados de duendes. Una auténtica pantomima. Más tarde nos dirigimos a la barra con el fin de amortizar los cinco euros malgastados y resulta que los que no tomamos alcohol tenemos que pagar esa suma desorbitada por una botellita de agua. Cerca de nosotros se produce una pelea, sin que ningún responsable acuda y son los propios amigos de los contendientes los que deciden separarlos. Los aseos, insuficientes, con enormes colas y a ciertas horas hechos un asco de vómitos y suciedades. Al cierre de la pista, más tarde de la hora fijada, nos encontramos en el desierto del ferial, sin autobuses, sin taxis, sin nada. Ni tan siquiera una patrulla de la policía que vigile o controle aquel descampado. Y no hablemos de una urgencia de Cruz Roja porque no estaban ni presentes los servicios mínimos sanitarios, que consideramos esenciales ante un grupo masivo de personas como el que se observa cada fin de semana en el ferial.

Creemos que el ayuntamiento debería hacer algo al respecto y no pasar página y dar por terminado el tema, pues la pista Coco Cabana es sin más un negocio puro y duro con derecho y cobro de admisión en un lugar que nos pertenece a todos.

Fernando Cancho

Natalia Jiménez

David Moreno **

Cáceres