La reciente identificación del virus responsable del síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) no mitiga ni la alerta ni la alarma ante esta extraña neumonía asiática que tiene su foco en China, asola el Lejano Oriente y se ha extendido a más de 25 países y a otros continentes, que cuentan también infectados y muertos. No es tranquilizador que el origen de la infección sea un virus de origen animal que nunca antes se había detectado en humanos, ni que sea altamente contagioso, a diferencia de otras neumonías, aunque no resulte más letal (4% de mortalidad) que éstas.

A falta de mayores certidumbres sanitarias y de que se obtenga el tratamiento pertinente, resulta inquietante el negligente secretismo con que las autoridades de China han pagado los esfuerzos de la OMS para descifrar y combatir la nueva enfermedad. El empeño del Gobierno de Wen Jibao y del Partido Comunista por minimizar la epidemia --escondieron enfermos hospitalizados-- en el área de Pekín ha sido tan contraproducente como vano. Las autoridades chinas parecen haber tocado ya a rebato. Debían hacerlo antes. Habrían contribuido a frenar la pandemia y a reducir la factura que ésta pasa y pasará a las economías asiáticas.