La gravedad de la situación económica que padecemos es propicia para buscar chivos expiatorios a los que endilgarles la culpabilidad de nuestros males. Aunque me reconozco crítica con actitudes, modos de hacer y con el funcionamiento de las organizaciones sindicales, hasta el punto de dejar de pagar mi cuota de afiliación después de muchos años, no puedo permanecer silente ante el acoso y derribo del que están siendo objeto desde todos los frentes. Unos conciben a los sindicatos como una suerte de institución omnipotente y esta visión tergiversada los conduce a responsabilizarlos de sus misérrimos sueldos, sus pésimas condiciones laborales o su situación de parados. Otros, aprovechan el malestar que generan las penalidades en la clase trabajadora para arremeter contra ellos. Así se les inflaman las venas cacareando las subvenciones de los sindicatos. Pero nada dicen de que dejen de subvencionarse partidos políticos, organizaciones no gubernamentales, fundaciones, religiones, enseñanzas religiosas, asociaciones empresariales, etcétera. Que la acción sindical precisa de una profunda reflexión es evidente, pero de ahí a buscar su extinción media un abismo. Los trabajadores deberíamos pensar que si mal estamos con el freno que suponen los sindicatos a la liberación de horarios, sueldos, condiciones laborales... ¿qué sería de la clase más desprotegida, de la clase obrera sin ellos? Los que ya tenemos unos años conocemos la respuesta.

Ana Martín Barcelona **

Cáceres