España es un país que no deja de superarse a sí mismo. Para bien y para mal. Resulta que las trabajadoras de la radiotelevisión pública inician una campaña para denunciar la manipulación y la presión a la que ellas y sus compañeros son sometidos cada día, cómo los altos mandos buscan formulas para manipular las historias y la imposición de una censura sonrojante para cualquier país que se autodefina democrático.

¿Y cuál es la respuesta del Gobierno? ¿Indagar? ¿Dialogar con los trabajadores? ¿Desbloquear definitivamente la renovación del consejo de administración de RTVE? Nada de eso. Si la cadena que pagamos entre todos se ha convertido en un evidente aparato de propaganda del Gobierno y a usted no le parece bien pues cambie de canal.

«A lo mejor no le gusta un informativo, pero puede cambiar de cadena. Tenemos libertad en España», decía esta semana el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro en el Congreso de los Diputados.

En qué herramienta tan recurrente se ha convertido la palabra «libertad» para aplicar ciertas políticas, en especial aquellas destinadas en último término a medrar todo lo público, ya sea sanidad, educación o, en este caso, la cadena de todos.

No vamos a cambiar de canal, porque es un servicio que pagamos entre todos y que tiene la obligación de informar con rigor, pluralidad y libre de censura.

Los periodistas aprendemos desde bien pronto nuestros límites. El principal, y no es ningún secreto, es que ciertas líneas y barreras, impuestas por el patrón, están vetadas -si bien es cierto que siempre se pueden buscar ciertos trucos para escapar-, pero RTVE precisamente tendría que estar libre de esas constricciones. Porque su patrón deberían ser todos los españoles.

Que un miembro del Gobierno invite a cambiar de canal en detrimento de la televisión pública es una desvergüenza. Que la editora de TVE en Valencia haya tenido que dimitir tras vetársele la emisión del «os jodéis» a los jubilados de la secretaria de Estado de Comunicación es propio de república bananera.

Y apostaría a que no es la primera vez en que la periodista, Arantxa Torres, se vio coaccionada. Vale la pena destacar su dignidad y la de todos los profesionales que han puesto en marcha esta campaña para defender la tele de todos. La misma que le falta a Montoro.