Jubiloso y exultante estaba el domingo el señor Aznar, cuando aparecía en la tele para expresar su contento por la detención de Sadam Husein. En más de una casa, el pequeño de la familia preguntó: "¿Lo ha detenido él?".

La captura del sátrapa era la compensación por una semana aciaga: primero por el Gobierno que se anunciaba en Cataluña y después porque Francia y Alemania no aceptaban sus planteamientos sobre cómo debería repartirse el poder en la nueva Europa. Tan constitucional dentro de España y tan reticente con el proyecto de Carta Magna que ha de regir para todos los europeos. La alegría por la detención de Sadam estaba justificada. Desde los días de la boda de la hija y de la reconquista de Perejil no se le recordaba una cara igual.

Pero había otra causa que puede explicar tanta complacencia. El señor Bush sabría la hora y el minuto en que cada mandatario había salido en la tele para expresar su contento por la detención. Si podía ser a las 11.25 horas, que no fuera a las 11.30, y antes, por descontado, que Chirac y Schröder, que ahora representan el nuevo Eje del Mal. La prueba está en que los han dejado sin contratos de reconstrucción de Irak. Tardar más que ellos y no mostrarse feliz por la captura del déspota habría sido tanto como defraudar a Bush. Su amigo Ansar no podía hacerle una cosa así.

El presidente Aznar no detuvo a Sadam, pero lo parecía. El columnista quiere elevar una protesta enérgica. Los iraquís que se lanzaron a celebrar la caída de tirano portaban banderitas norteamericanas y británicas. Ninguna española. ¿Por qué? El mundo está lleno de desagradecidos.