WMwientras España anunciaba la primera devolución fulminante a Marruecos de inmigrantes que habían cruzado de forma irregular la valla, se confirma que, además, unos disparos de las fuerzas de seguridad del régimen de Rabat mataron ayer a 6 africanos que participaban en una de las avalanchas para atravesar la frontera. Estas muertes elevan a 14 las producidas en las últimas semanas.

Parece claro que España y Marruecos han acordado mandar conjuntamente un claro mensaje disuasivo a quienes desean, desde diversos países subsaharianos, iniciar la aventura de llegar a Europa a través de Ceuta y Melilla. En ese contexto, dificultar el acceso impermeabilizando mejor la raya fronteriza y devolver a quienes cruzan de un modo u otro la frontera son medidas duras, seguro que injustas para los afectados, pero políticamente inevitables. Pero proceder a disparar contra inmigrantes desarmados, como ha hecho Marruecos, o llevarlos en autobuses hasta el desierto para que allí, sin medios de subsistencia, mueran de hambre y sed, son unas atrocidades criminales absolutas con las que nadie --ojo, España-- debe cooperar. Son tiempos difíciles, la situación es delicada, pero los límites son los límites.