Efectivamente, nos han quitado el bingo, la Sociedad Fomento de Artesanos, más conocida simplemente como Artesanos, fundada en 1879 en Valencia de Alcántara, constituida hoy en día como asociación cultural y recreativa, lógicamente sin ánimo de lucro, tenía, como única y última tabla de salvación la celebración diaria entre las 19 y las 21 horas de algo parecido a lo que podríamos calificar de bingo, por supuesto con normas de juego emanadas de acuerdos de la junta directiva, impregnadas las mismas de un sentido total y absolutamente familiar y tradicional, encaminado exclusivamente al entretenimiento y convivencia de los asociados/as, que en más de un 70% son mayores de 65 años, y de ellos muchos mayores de 80 años, pues bien esa única tabla de salvación ha sido cercenada y hundida, con sanciones económicas, por la Junta de Extremadura, a las que no puede hacer frente, y que si Dios o quién corresponda no lo evita condena al cierre y desaparición de una asociación emblemática, única, y probablemente irrepetible, después de más de 138 años de existencia.

Amparada la consejería correspondiente en teóricas denuncias formuladas por algún/a descerebrado/a que de ser así lo único que pretenden claramente es hacer daño y literalmente «cargarse» la asociación, nos ha quitado de un plumazo la ilusión de perpetuizar nuestro querido Artesanos (mis padres celebraron su banquete de bodas en sus salones en 1951), porque además de ser un motivo de arreglarse las personas mayores, de relacionarse, de convivir y de disfrutar al menos durante dos horas, de la compañía de personas de su edad, de su condición y de sus vivencias, justifica eso mismo la permanencia en la asociación y por ende el abono de las cuotas de la misma que en definitiva supone la supervivencia de «nuestra segunda casa», y que de no ser así, se irán produciendo las bajas de asociados, que, por desgracia, ya han comenzado, y que condenaran al cierre definitivo del punto de encuentro, relación, convivencia, amistad, familiaridad, y en definitiva vida social para un pueblo que entre ésta y otras cosas está siendo encaminado al ostracismo, al abandono y a la muerte.

En fin, tenemos la suerte y también la grandísima desgracia de querer vivir en la tierra que nos ha visto nacer y donde tenemos enterrados a nuestros seres queridos, y eso al parecer está prohibido.

Nuestras autoridades tanto regionales como nacionales no creen ni nunca han creído en la España rural, en la España donde reside la esencia de nuestra patria, la pervivencia de nuestras costumbres, donde, como dijo un pregonero de las fiestas de Valencia de Alcántara hace ya años, cuando suenan las campanas de duelo por algún vecino que nos ha dejado, la gente inmediatamente, sale a la calle a enterarse quién ha fallecido.

Acabaremos, en un futuro no muy lejano, viviendo en la impersonalidad de los grandes centros de población, olvidándonos de quién somos y de dónde venimos

Que pena Dios mío...