Abogada

La inmensa mayoría de los ciudadanos despreciamos la guerra. Aún más, estamos convencidos de que una guerra es siempre la apuesta de los débiles. A pesar de todo, estamos asistiendo al espectáculo del todo poderoso Bush que trata de convencernos de lo bueno que es el ataque belicista a Irak, porque de esta manera nos quitamos un dictador más. Pero, ¿quién le ha dado autoridad para que, en nombre de la humanidad, lleve a cabo el asesinato de gente inocente? Una puede ser solidaria con las víctimas del 11-S, pero en España también sufrimos el terrorismo, y no se nos ha ocurrido invadir el País Vasco, saltarnos sus instituciones y emprender una caza de brujas.

Es lamentable, muy lamentable, que nuestro país, en este caso su gobierno, esté prestándose al juego del cómplice; obviando nuestro papel como país democrático, con una cultura de la paz. Decía Erasmo de Rotterdam: "Cuando matas a un hombre, dicen que eres un asesino; cuando matas a millares dicen que eres un héroe". Esto pensará sin duda Bush, que su pistoletazo para la guerra es algo así como el regocijo del buen guardián. Quizá le pueda servir a él y a la gente que como él valora la vida tanto como el interés que tenga sobre ella, pero para los que creemos estar comprometidos con el individuo, si existe una necesidad de que desaparezca Sadam, también el resto de los dictadores, en países cuyas poblaciones están siendo masacradas por regímenes totalitarios.

El No a la guerra de las gentes no es sólo el grito del que está convencido de la paz, sino también del que no debe dejarse engañar por dirigentes que, como Bush, deben de estar encerrados por ejercer la rabia sin ningún tipo de piedad.