Profesor

Tranquilo, amigo, el asunto no va con la política. Luisa, que es una alumna de bachillerato, muy despierta y muy inteligente, me planteaba la siguiente cuestión de justicia: si los partidarios de la pena de muerte aducen como razón el ojo por ojo ¿cuántos ojos deberían tener o cuántas veces morir los asesinos sean de ETA o de otras siglas? La respuesta, aunque evidente, nos produce un cierto malestar, el mismo que mentalmente se genera cuando se fuerza la lógica y se ha de arribar a conclusiones no deseadas. Estas no deben confundirse con el estupor o el desánimo que nos produce la muerte de un inocente, y no deben eximirnos por tanto de la obligación de llevar a cabo un ejercicio racional sobre el justo castigo al asesino, terrorista o delincuente, porque el delito debe ser siempre castigado.

En los periódicos se nos cuenta a cualquier hora y con lujo de detalles una buena ración de muertes y asesinatos, sobre todo si tienen relación con el terrorismo. Desde el ataque a la torres gemelas no parece existir otra forma de delito ni hay otras muertes que merezcan una primera plana. Y así el día mundial contra el sida puede haber pasado casi desapercibido. Pero es evidente que hay otras formas de morir, las ya referidas por el sida o las de tantos jóvenes por accidentes de circulación. Unas y otras, las violentas y las accidentales, no parecen producirnos sin embargo el mismo desasosiego ni la misma frustración, por más que en cualquier caso se trate de muertes inocentes. Porque ¿en qué se diferencia la muerte por accidente de la causada por la acción de un loco o un terrorista o mismamente las que produce el sida? Tan muertes son unas como otras, y más si tenemos en cuenta que hay accidentes que pudieron ser evitados, y sin embargo sus autores no han sido, que yo sepa, objeto de linchamiento.

Nadie pide la muerte para un temerario del volante con nombre y apellido. Y no será, me parece a mí, por motivos económicos. ¿O es que se generaría una crisis de gran calado en el sector, si se ajusticiara a los temerarios de la carretera? ¿Se lo pensaría la gente antes de coger el volante? Lo dudo.

¿Para qué casos hemos de reservar entonces la pena de muerte? Sólo para los de terrorismo, dice Justo. Se ha de reconocer que es hoy por hoy el terrorismo una especie de buzón donde se arrojan todas nuestras impotencias y frustraciones. Con el terrorismo ninguna compasión porque ello tranquiliza nuestras conciencias, o cuando menos esa conciencia colectiva que se conforma con los titulares y nunca lee la letra pequeña. Si se leyera, todos nos llevaríamos la sorpresa de comprobar que cuando a unos padres le anuncian la muerte de un hijo en accidente de automóvil o por sida, el dolor que experimentan no es para nada diferente del que sienten aquellos que lo han perdido en una acción terrorista. Y la razón de todo está en que para los padres la muerte de un hijo no tiene recambio. Ninguna muerte compensa el dolor que produce, y nadie por tanto tiene derecho a pedir que pague el asesino con la vida. Porque la vida no es moneda de cambio.